lunes, noviembre 25, 2024
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PSOE: Análisis de emergencia

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El objetivo que tienen por delante los socialistas no es sólo el de despejar la ‘x’ y resolver así la incógnita de las próximas elecciones. Es, más bien, el de entender qué es lo que ha pasado y por qué ha pasado lo que ha pasado. Porque si no estarán condenados a prolongar, abrasando liderazgos, la situación hasta el límite final.

Lejos de pensar que la autoría directa de la pérdida de respaldo electoral es la crisis económica por sí misma, la realidad dice que la responsabilidad del PSOE se encuentra en la gestión de la crisis. Nadie discute a estas alturas los dos hechos fundamentales de la situación: la especulación financiera internacional que provocó la crisis mundial, y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria en España. Y ninguna de las dos cosas es achacable en primer término a Zapatero.

Por el contrario, puede decirse que veinticinco años de crecimiento fundado en el sector inmobiliario crearon el espejismo de una sociedad avanzada y con posibilidad de competir en el mapa de los siete grandes. Nada más lejos de la realidad que eso ya que lo que la burbuja ha dejado a la vista ha sido un desarrollo improductivo, sin inversión ni investigación, sin planificación industrial ni estrategia de innovación para ir asentando – en ese largo periodo que va desde la reconversión industrial hasta la fecha- un nuevo modelo productivo capaz de asegurar una cierta estabilidad económica y reducir la dependencia financiera del exterior.

Lo que se le reprocha al presidente del Gobierno que ha vivido estos dos fenómenos es, al parecer, una cierta insustancialidad en la gestión de las crisis. Negando, minimizando, apostando por una recuperación rápida y relativizando la profunda dimensión que ésta, al parecer, tenía. Mientras la destrucción de empleo en aluvión inevitable comenzaba a desangrar las arcas del Estado.

La segunda respuesta a la crisis consistió en el muro de contención que garantizara la protección y los derechos. Dos elementos básicos para que la crisis no dejara al pairo de la situación a importantes sectores con enormes dificultades de recolocación. Esto hecho de la mano de los sindicatos, ponía en evidencia una actitud diferenciada de la vieja respuesta liberal y apostaba por afrontar con inversión pública e incremento del gasto las vías para la recuperación.

Y la tercera respuesta fue la que vino de Bruselas y que todos conocemos sobradamente – congelación de pensiones, reducción de salarios públicos, congelación del gasto, etc.- y que Zapatero asumió «por responsabilidad», invalidando esta «responsabilidad» la «responsabilidad» adquirida con anterioridad y en la dirección opuesta.

El caso es que a estas alturas, la debilidad del Gobierno ha sido esa triple transmisión de inseguridad y desconfianza que han supuesto verdades absolutas con recorridos brevísimos. Esa inconsecuencia que ha permitido que el mismo Gobierno afrontara el mismo problema con decisiones opuestas. Y que, además, han mantenido la escalada del desempleo que, mucho me temo, aún no se ha detenido.

Si a todo esto sumamos la desafección continua que el mismo Gobierno ha tenido con sus propias políticas sociales anteriores, dejando abiertos melones que han provocado irritación en los críticos y en los beneficiarios – como es el caso de la memoria histórica-, la España plural de la que han huido o han sido sacrificados todos sus actores esenciales, o la acentuación del conflicto con la Iglesia Católica para luego incrementar la financiación, a la educación para la ciudadanía de la que sabemos por la prensa que el libro más estudiado de la polémica asignatura discute el darwinismo y apuesta por el creacionismo y otras ideas similares, nos daremos cuenta, sólo con estos ejemplos, que no ha habido «lineón», en afortunada expresión de mi buen amigo Facundo Guardado, antiguo comandante de la guerrilla salvadoreña, con la que definía la estrategia política que toda fuerza política debe tener armada con consistencia suficiente para no errar en el camino, y menos por culpa de los obstáculos que en él aparecen con frecuencia.

Sin «lineón», sin Gobierno visible más allá de Rubalcaba y con una campaña de crispación insistente del PP, prolongada durante años para invalidar la legitimidad de cualquier acción de Gobierno, el electorado socialista se ha preguntado qué lazos le unen al proyecto de Zapatero y ha preferido ignorar su aviso de retirada – desmentido en la práctica por su insistente presencia mediática durante la campaña y por su estrategia personal de polarización estatal de unas elecciones locales que, tal y como pretendían los candidatos, debían haberse ubicado en el ámbito de su gestión y propuestas y no en el de la política nacional-.

Decepcionada la izquierda y desconfiado el centro, la derecha ha atacado con fuerza e inteligencia, para que nos vamos a engañar. Y ha pasado que se ha puesto en evidencia la inconsecuencia de un proyecto que transmite inseguridad, desconfianza, inestabilidad. Y eso con cinco millones de parados y el ochenta por ciento de los españoles preocupados por su futuro inmediato, supone que el voto no se decide por «afectos» anteriores sino por la necesidad de obtener respuestas. Y si uno falla insistentemente, la gente prefiere que su futuro inmediato lo gestione otro, sin que ello le suponga un trauma de cambio de ideología. Todo eso que al borde del abismo, al común de los mortales le resulta, más o menos, indiferente cuando se trata de vestir, alimentar y vivir con cierta perspectiva.

Del papel de la campaña para qué molestarse en emitir un juicio. Todas, al menos todas las perdedoras, han sido olvidables, que es lo más suave que se me ocurre. No creo que Tomás Gómez, por quién voté tal y como anuncié el viernes pasado, se mereciera una campaña así en la que entre «gracietas» indefinibles, modernidades para cuatro y mucho rollo internet- pero por lo que se ve en Sol, un rollito «red social»  entre colegas y muy poco sociable- ha sido incapaz de conectar con una amplia clase media amenazada por la crisis y por la pérdida de posición social.

Queda, pues, establecer la pauta política. Porque política debe ser la respuesta para evitar encender la pira con nuevos sucesores o candidatos al estilo de cómo el presidente iba quemando a sus ministros a medida de que nos íbamos olvidando que lo eran. Ese estilo debe ser sustituido por la política y por políticos.

El empeño en las primarias es un desacierto porque la realidad nacional exige que los partidos se vuelquen en las necesidades colectivas y no en los intereses particulares. Hace falta exhibir una nueva línea de responsabilidad, seguridad y confianza que aporte credibilidad y solvencia, y en torno a ella forjar un liderazgo que transmita a la sociedad que la preocupación número uno es la gente.

Pero no con palabras huecas y declaraciones de amor, sino con una iniciativa que defina la política en la que se cree y los aliados con los que se cuenta para llevarla adelante, asegurando el futuro y aportando certezas en vez de incertidumbres, moderación y diálogo, pero consistencia y consecuencia frente a insustancialidad e inconsecuencia, que es lo que la sociedad percibe y que ha castigado el pasado domingo.

No sé si ha de haber congreso o no. Pero sí sé que ha de haber otra etapa: una etapa de reconstrucción organizativo, de fortalecimiento político y de recuperación electoral. Una situación de emergencia que exige experiencia, consistencia, solvencia y comunicación. Cuatro atributos que definen al candidato que considero necesario.

Atentos.

Rafael García Rico

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