El cambio drástico de poder en las instituciones locales y autonómicas de España se debe, en términos generales, a circunstancias ajenas a los merecimientos o deméritos de los candidatos. Es evidente que la derrota de los socialistas se debe casi exclusivamente al castigo de los electores al Gobierno de Zapatero por sus errores en la administración de la crisis económica, pero sobre todo porque es al Gobierno al que le ha tocado la china de la crisis, como le hubiera sucedido a cualquier otro y como les viene sucediendo a todos los Gobiernos más allá de nuestras fronteras que han tenido la mala suerte de estar en el poder en el momento más inoportuno para sus intereses políticos y electorales. Esto lo sabe todo el mundo y todos lo estamos viendo. Reino Unido, Alemania, Portugal, Italia, Francia, todos los países, sin excepción, que han tenido procesos electorales de distintos niveles, todos han sufrido en sus Gobiernos o en las instituciones territoriales que detentaban sus partidos, las consecuencias mismas que acaba de sufrir el Gobierno y el partido de Zapatero.
Supongo que tal constatación no debe servir ni de consuelo ni de pretexto a nadie, pues sería un sentimiento inútil, que no resolvería nada. Yo creo que la enseñanza debe servir para que todos se esfuercen en adelante en sacar a sus países de la crisis económica que ya nos castiga desde hace más de tres años. Pero a los partidos beneficiados también les debe valer de experiencia para no confiar demasiado en su suerte en el inmediato futuro, ya que una indeseada prolongación de la crisis se los podría llevar por delante a las primeras de cambio, en cuanto que llegaran otras elecciones sin que las circunstancias económicas internas y externas hubiesen variado sustancialmente. Claro que es una osadía decirles esto ahora mismo a los del PP, que se relamen en su victoria y que quieren creerse, o así lo aseguran, que su victoria del 22-M se debe a lo maravillosos que son y a su condición de elegidos por los dioses para dirigir los destinos de la patria. Cuidado, muchachos, no os equivoquéis.
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Pedro Calvo Hernando