Invité hace años a dar una conferencia en Bilbao a Fernando Arrabal. Su estancia estuvo llena de anécdotas -algunas tremendas, entre el teatro y el absurdo- que dejaré para mejor ocasión, y también de reflexiones interesantes y jugosas. Arrabal habló mucho de Borges, de cuya muerte se cumplen ahora 25 años, y entre otras cosas nos contó un viaje trasatlántico nocturno que hizo en compañía del escritor argentino. Borges, poco después de despegar, se quedó dormido y sólo se despertó un momento durante la noche. Cogió del brazo al dramaturgo y le preguntó: «Arrabal, ¿sabe usted quién es el personaje de toda la historia de la Humanidad que más odio?». «No lo sé, dígamelo». «Calvino». Y se volvió a dormir hasta aterrizar en Londres. Tiempo después, ya fallecido Borges, Arrabal se encontró con su viuda, María Kodama, y, al preguntarle cómo estaba, ésta le contó que muy contenta porque había estado en Ginebra y el responsabe del cementerio en el que está enterrado Borges le había hecho notar que su tumba estaba… junto a la de Calvino.
Parece un cuento del propio Borges al que estos días los críticos literarios recuerdan paseando por Buenos Aires, ciego, rumiando algún poema. En una de esas ocasiones, el 11 de julio de 1974, entró en la Librería de la Ciudad y le pidió a la librera, Anneliese von der Lippes, que se pusiese ante la máquina de escribir porque iba a dictarle un poema. Esto es lo que escribió:
Soy el que sabe que no es menos vano
que el vano observador que en el espejo
de silencio y cristal sigue el reflejo
o el bulto (da lo mismo) del hermano.
Soy el que es nadie, el que no fue una espada
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.
Soy el que pese a tan ilustres modos
de errar, no ha descifrado el laberinto
singular y plural, arduo y distinto,
del Tiempo, que es de uno y de todos.
Después, escrito a mano, aparece el título -«Soy»- y un cambio y un añadido. La segunda estrofa («Soy el que es nadie…») debería estar al final como indica esa palabra -«final»- y una flecha. Y en aquel lugar, con la indicación «(x) falta», una nueva estrofa, también escrita a mano:
Soy, tácitos amigos, el que sabe
que no hay otra venganza que el olvido
ni otro perdón. Un dios ha concedido
al odio humano esta curiosa llave.
Tengo en mi casa dos regalos de Borges que son, para mí, dos regalos de uno de sus amigos, el escritor uruguayo Ruben Loza Aguerrebere, el autor del cuento «El ladrón de Borges» que tanto gustó al bonaerense y que le pedía que le leyera una y otra vez. Hay un documental de la BBC en el que piden a Borges que recite algún poema y el escritor dice: «Ruben, venga, léalos usted». Y allí permanecen juntos, los dos, el uruguayo leyendo a Borges y este, pegado a él, sonriendo. Uno de los regalos es la cuartilla que acabo desribir, un tesoro sin duda, y el otro un libro dedicado a Borges por Montale que, como no le gustaba, dio a su secretaria y ésta a Loza Aguerrebere porque sabía que amaba a los dos: a Montale y, sobre todo, a Borges. Cuando los contemplo me doy cuenta de que no hubo maldición en la compañía eterna de Borges. Quizá esté junto a Calvino pero, sobre todo, sigue junto a nosotros.
Germán Yanke