Probablemente no fuera la intención de los periodistas de investigación de izquierdas sacar a la luz a Sarah Palin como figura mucho más cercana que su imagen pública. Veinticuatro mil páginas de voyeurismo en formato correo electrónico revelan una figura política que ha ocultado con éxito sus virtudes a puerta cerrada.
Siendo Gobernadora de Alaska, Palin era amable con su gabinete, sensible a sus electores y protectora de su estado. Buscó el consejo de Dios en las decisiones difíciles, despejó horarios para su familia y encontraba «irrespetuosamente increíbles» las preguntas de los medios acerca del embarazo de su hija más joven. Estas revelaciones se parecen más a un anuncio de campaña electoral.
Hasta los defectos de Palin son anodinos en una figura política. Era ambiciosa, cosa que define al ramo. Mantuvo trifulcas con los políticos estatales, cosa que otros gobernadores se han hecho famosos haciendo. Prestaba demasiada atención a la cobertura mediática, una vez más, nada exclusivo. A juzgar por lo que he visto, los correos electrónicos contienen una única crítica nociva al juicio de Palin: aceptó consejos de imagen del expresidente de la Cámara Newt Gingrich.
Leyendo por encima parte de los correos viene a la cabeza la pujante gobernadora que conocí en Alaska en junio de 2007. Palin era una reformista que se había opuesto a la corrupta institución Republicana de su estado. Gobernaba desde el centro-derecha. Su estilo era más práctico que ideológico. Durante el almuerzo mantenido en la residencia del gobernador en Juneau, Palin se mostró simpática, informal y grave. Los correos electrónicos actuales demuestran que tenía cuidado en evitar el partidismo excesivo, llegando a estar dispuesta, puntualmente, a elogiar a Barack Obama.
Cuatro años más tarde, es difícil encontrar a esta Palin en sus intervenciones públicas. Su recelo de los medios se ha convertido en antipatía. Su estilo con frecuencia resulta abrasivo y autocompasivo. Anima una clase infrecuente de resentimiento conservador de clases, atacando a George H.W. y a Bárbara Bush como «aristócratas». Su hiperpartidismo puede resultar embarazoso. La preocupación de Michelle Obama por la obesidad infantil, en su opinión, vulnera «nuestro derecho divino a tomar nuestras propias decisiones», una defensa Jeffersoniana de las chocolatinas Twinkies de las máquinas expendedoras de los institutos.
¿Cómo se convirtió una gobernadora agradable y orientada al consenso en una figura tan divisiva? Se trata de un escándalo diferente y más grave, en el que hay muchos implicados.
Al principio, a Palin se le dieron múltiples motivos de agravio. Tras su elección como compañera de lista de John McCain, en la prensa hay quien centró una atención insana en su familia y su religión. Desde una perspectiva humana, su reacción defensiva era comprensible. En un memorable discurso de convención, Palin devolvía la pelota del populismo pugilístico. En campaña, considerables multitudes Republicanas, mucho más multitudinarias que las que convocó McCain en general, recompensaban la agresividad de Palin. Era el interior del país (Sur incluido) contra las costas; los estadounidenses verdaderos contra la élite. Tras las elecciones, una procesión de intervenciones radiofónicas y apariciones en la televisión por cable simplificó y purificó aún más la imagen pública de Palin. El refuerzo positivo había logrado su resultado predecible. La candidata se convertía en una caricatura. La caricatura se convirtió en una celebridad.
Esta transformación sería más fácil de criticar para los medios si no cayeran con frecuencia en la misma tentación. Las audiencias de los blogs, del debate radiofónico y de la televisión por cable tienden a recompensar las reafirmaciones visibles de sus propias certezas. No son sólo los políticos los que generan seguimiento mediante argumentos partidistas y predecibles, manifestados con energía. La sencillez se vende sola. La duda y la complejidad no. Las intervenciones radicales atraen la atención pública. Al poco tiempo predominan. Con el tiempo definen. Una imagen de cara a la galería se convierte en un sello. Una máscara se convierte en un rostro.
Si quiere pruebas, basta con acudir a los críticos más tenaces de Palin en los medios. Una cosa es discrepar del enfoque y las opiniones legislativas de Palin. Otra muy distinta es desarrollar una obsesión digna del capitán Ahab surcando incontables océanos de correo electrónico. Y otra totalmente diferente es dar caza a su familia, cosa que es irrespetuosamente increíble.
La política moderna se ha convertido en un enorme experimento de condicionamiento. Las nuevas tecnologías y los emporios mediáticos brindan refuerzos positivos y negativos instantáneos. Los blogs revolotean, las audiencias suben, se cuentan las visitas. La funcionaria pública que lea la prensa demasiado a pecho va a encontrar seguimiento atacándola. Los elementos de la prensa descubren una audiencia en la crítica constante a ella. Los reflejos se vuelven condicionados. La gente se pone a salivar en respuesta al estímulo.
En Palin contra la prensa, ninguna de las partes sale particularmente bien parada. Palin se convirtió en una figura menos simpática que antaño. Los medios lograron minar una reputación escasa. Su codependencia mutua pone en ridículo nuestra cultura política. Pero en pantalla da el pego.
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Michael Gerson