Dice un antiguo refrán italiano: «Ojalá me llegue de España la muerte». O sea, tarde. Por eso, porque aquí llega todo tarde, nos llega hoy el Mayo del 68, o, cuando menos, un eco o una réplica amortiguada de aquél sueño francés que avisaba de la putrefacción e inhumanidad del capitalismo, o, como se dice hoy, del «sistema». También es posible que aquél Mayo llegara algo pronto, en el enero o en el febrero de la historia reciente, pues eran las vísperas del máximo desarrollo del aparente «estado del bienestar» que adormecería casi todas las conciencias. Sea como fuere, este nuestro Mayo compuesto por los «indignados» del 15-M, llega tarde como todo lo que llega, si es que llega, a España, pero por la pujanza y la ilusión con que ha llegado cabría acogerse a otro refrán más consolador: «Más vale tarde que nunca».
En efecto; más vale este brote juvenil de rebeldía (todos los del 15-M son jóvenes, independientemente de la edad) ante las castas políticas y económicas que con su avilantez y su codicia han abolido el futuro, que la visión espantable de una juventud embrutecida, consumista, analfabeta, alcohólica, mansurrona e inane. Bien es verdad que las «redes sociales» de Internet de las que proviene el chupinazo no se anclan en la realidad, en el duro fragor de la intemperie, y que, en consecuencia, más allá de las asambleas a troche y moche, y de los comités de todo lo habido y por haber, las criaturas no han acertado a articularse y a articular su «indignación» de manera efectiva y no fagotizable por el «sistema». Pero también lo es que el mero intento de concertación de tantas personas, el gusto por verse y por oírse, el reconocimiento de la necesidad de contar unos con otros cuando no quedaba más que ese individualismo extremo que tanto se parece a la soledad, constituye un avance, un pequeño despertar.
Todo el mundo, sobre todo los políticos objeto del grueso de las invectivas, ha abundado en el tópico de que «comparte» algunas o muchas de las reivindicaciones de los pacíficamente rebelados. Pero es mentira. Producen incomodidad, desdén, urticaria o, en el mejor de los casos, lástima. Y en cuanto se les ocurre pasar del dicho al hecho, hostigar a los políticos o estorbar algún desahucio, la sociedad dormida reclama, para seguir con su siesta grosera, palos, gases, mangueras, balas de goma.
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Rafael Torres