martes, noviembre 26, 2024
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Hay trato o nada

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El debate político reciente de mayor repercusión no tuvo lugar en New Hampshire. Se está celebrando en la residencia de invitados de la Casa Blanca Blair House, donde el Vicepresidente Biden está dirigiendo las negociaciones bipartidistas de un incremento del techo de la deuda. Biden, según la mayoría de los rumores, conduce esas conversaciones de forma bastante justa. El secretario de la mayoría en la Cámara Eric Cantor las describe «constructivas». Importante, de ser cierto.

Por primera vez, los Republicanos del Senado me describen las líneas maestras de un posible acuerdo: una batería de recortes presupuestarios concretos e inmediatos; límites presupuestarios que se extienden a cinco años para garantizar a los conservadores que se adoptarán en el futuro difíciles decisiones presupuestarias; reforma del programa Medicare de los ancianos lejos del enfoque de la Cámara; nada de subidas tributarias — condición Republicana insalvable — pero recaudación adicional tal vez de la eliminación de deducciones fiscales.

El secretario de la oposición en el Senado Mitch McConnell parece particularmente decidido a llegar a un acuerdo en el programa Medicare diferente a la propuesta del congresista Paul Ryan. Un enfoque gradual permitiría a los senadores Republicanos decir que se enfrentaron al problema, al tiempo que también les permitiría distanciarse del impopular plan de la Cámara.

El presidente Obama, por su parte, se enfrenta a una de las decisiones de mayor calado de su campaña por la reelección: ¿Hay trato o nada?

La vía política más evidente y más fácil de seguir sería dar la imagen de negociaciones, esperar al final del proceso, poner sobre la mesa una batería de recortes presupuestarios significativos (pero no drásticos), y desafiar a los legisladores Republicanos a destruir el crédito del país rechazándola.

Pero la noticia económica triste del mes pasado podría cambiar este cómputo político. Es muchísimo más fácil defender una recuperación lenta que defender una recuperación estancada. Y un segundo bache económico sería un obstáculo colosal a una segunda legislatura. Obama podría precisar de una estrategia económica más allá de las tácticas para sembrar el pánico con el programa Medicare.

Unir fuerzas con el presidente de la Cámara John Boehner y con el secretario de la oposición en el Senado McConnell en un gran acuerdo presupuestario — rematado con la ceremonia de firma en el East Room — tendría por lo menos una posibilidad de alterar la narrativa económica de Obama. Avalaría que sabe trabajar con los Republicanos. Las reducciones sustanciales del déficit podrían apuntalar su credibilidad entre los independientes. Y Obama podría ganar un margen de gracia con la economía.

Los líderes Demócratas anunciaban hace poco que la reforma del programa Medicare no se contemplaba. El secretario de la mayoría en el Senado Harry Reid describía como «nuestra principal prioridad» la protección de este derecho social. Tal gesto de advertencia, sin embargo, no sería necesario a menos que el grupo de Biden estuviera contemplando la reforma del Medicare. El mensaje de Reid no iba dirigido a los Republicanos, sino a la administración. Es evidente que hay Demócratas que no quieren bajarse del carro de su Medicare, ni siquiera a través de reformas paulatinas.

Pero sólo hay un Demócrata que cuente en las negociaciones de Blair House – el presidente. Como los presidentes que vinieron antes, hará lo que considere su interés.

Parte de la determinación de este interés depende del criterio económico. Los aliados económicos más izquierdistas de Obama aducen que bajar el gasto público mina el crecimiento económico a corto plazo. A la economía estadounidense le hace falta estímulo, no austeridad a destiempo.

Otros economistas se decantan en favor de los beneficios a corto y medio plazo de un acuerdo de reducción del déficit. Las empresas ganan confianza en que el problema del déficit no se abordará subiendo masivamente los impuestos. Los mercados de deuda encontrarán tranquilizador que el gobierno federal no esté paralizado completamente. 

Y Obama podría llegar a un acuerdo sin prescindir por completo del argumento del estímulo. La administración ha liberado el globo sonda de incluir bajadas temporales de las retenciones en las nóminas dentro del acuerdo presupuestario — algo parecido a lo que hizo el Presidente Bush en 2008.  «Los Republicanos tendrían que decidir si la oposición al ‘estímulo fiscal’ incluye oponerse a rebajas fiscales temporales», dice Keith Hennessey, de Stanford.

La vía legislativa a un gran acuerdo es reconocidamente difícil de trazar. No está claro que Boehner pueda reunir los votos de los legisladores Republicanos más conservadores. Por lo que precisaría de cierto apoyo Demócrata. Pero cualquier acuerdo en el programa Medicare dificultará que Obama tenga garantizada la aprobación Demócrata.

El reto más importante de Obama, sin embargo, es que su problema económico podría estar más allá de las soluciones. El efecto inmediato y tangible de un acuerdo presupuestario sería positivo, pero limitado. Abordaría ciertas preocupaciones y tendría cierto efecto estimulador. Pero los progresistas económicos aciertan al decir que un estímulo lo bastante grande para reducir de forma significativa el paro va a exigir cientos de miles de millones de dólares a lo largo de los próximos años. Y esto echaría por tierra las reducciones del déficit contenidas en el resto de cualquier batería de medidas.  

Justo ahora se da cuenta la administración de que las condiciones económicas de cara a las elecciones del próximo noviembre no están a punto. Lo que alentará ceder al partidismo — o un conato de audacia económica. 

Michael Gerson

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