Poco a poco, el Partido Popular va perfilando, pese al mutismo de su líder carismático, Mariano Rajoy, su programa electoral: mantenimiento de las centrales nucleares, si es que no la construcción de algunas más, y tolerancia o connivencia con la corrupción. La primera de estas ideas-fuerza se le ocurrió cuando el terremoto y el tsunami que asolaron Japón desencadenaron la catástrofe nuclear más grave desde la de Chernobil, aquella visión apocalíptica de la central de Fukushima saltando por los aires y liberando a la tierra, al mar y a la atmósfera cantidades ingentes de radiación. Fue tan espantoso (lo sigue siendo, pese al olvido mediático), que hasta Ángela Merkel, adalid hasta entonces de la energía nuclear, decidió erradicarla del suelo alemán, pero el PP, más chulo que un ocho, vino a decir que qué tontería. Más como esa actitud disparatada no pareció hacer mella ninguna, sino antes al contrario, en el electorado, que se volcó el 22-M en sus candidaturas, he aquí que se ha puesto a trabajar en serio en su otra idea-fuerza, la de la tolerancia o connivencia con la corrupción si, como es natural, es la de uno.
Parecía que el PP no tenía más baza electoral que la de esperar, tumbado a la bartola y pensando en sus cosas, a que la fruta madura, pocha más bien, del gobierno, cayera por su peso. El eslógan-sofisma: «El PSOE es muy malo, luego nosotros somos buenísimos». Y ya está. Pero las apariencias engañan, y Rajoy, aunque parco en expresión, va contando de qué va lo que habrá de fascinar electoralmente a los españoles, y lo va contando con palabras, no señor, sino con hechos. El último de estos hechos ejemplares, admirables y edificantes es, más bien, un no-hecho, el de no pedirle a Francisco Camps, imputado por el delito de aceptar regalos de una trama mafiosa que, como si dijéramos, invertía en gente del PP, que se vaya con viento fresco, o bien, si le resfría, que se vaya arrebujado en uno de sus trajes.
Al PP le parece la cosa más natural del mundo que un servidor del Estado del rango de presidente de comunidad autónoma, esté imputado por cohecho. Los que en Marbella votaron a Gil, masiva y recurrentemente, sabían que robaba, que a lo que se dedicaba básicamente era a robar, y los que voten en la próximas generales al PP, a menos que se decida a plantarle cara inequívoca a la corrupción, ya saben lo que van votar: Fukushima y Camps.
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Rafael Torres