Hablar de la fortaleza de España un dieciocho de julio no deja de ser una curiosidad gestual, una inconveniencia en el ámbito de la elegancia y una frivolidad en el terreno de la oportunidad política.
No tenemos los españoles muchas fechas que nos unan en una conmemoración común. Por ejemplo, a mí me disgusta celebrar el 2 de mayo, una efeméride que recuerda cómo la aristocracia madrileña mandó a los criados a rebelarse contra los franceses de la ilustración, la enciclopedia o los derechos del hombre, mientras nuestros reyes absolutistas huían atemorizados a refugiarse -¡oh paradoja!- bajo el regazo francés mientras el padre Borbón y su hijo se disputaban la propiedad personal del reino. En cambio, me hace gracia San Fermín, que es una fecha que celebra a un santo de forma tan respetuosa a unas horas como pagana el resto del día y de la noche.
Pero no me gusta el dieciocho de julio. Me molesta, me disgusta, me entristece. Ha decidido El País llamar la atención el dieciocho de julio cuestionando la legitimidad del presidente del gobierno para gobernarnos, porque el planteamiento del articulista Cebrian y de El País encierra esa trampa que consiste en reconocer el derecho pero poner en evidencia la oportunidad de su ejercicio.
No creo que el periódico del grupo Prisa, cuyo ERE hace agonizar su plantilla, pretendiera tocar las narices pidiendo un adelanto electoral con todas las letras y con la insensatez que habitúa el partido de Rajoy. Creo que Cebrían, experto en gestionar crisis, como es bien sabido, ha buscado un hueco entre la arena del desierto para lucir su estilo literario y académico con un artículo en la primera del diario global, que destila el sentimiento amargo de la venganza soterrada y abierta, por fin, al cielo de los comunes.
A mí me da igual, porque al final la prerrogativa constitucional del presidente Zapatero es un hecho constitucionalmente poco discutible, aunque el mismísimo candidato Enrique López en su nada politizada trayectoria política fuera capaz de cuestionarla, si actuara, por ejemplo, en nombre de los comandos judiciales de Trillo, expertos en enredos jurídicos. Por eso también creo que en La Moncloa se apuntarán, muy sencilla y llanamente, al quijotesco “ladran luego cabalgamos”.
Lo que me molesta es lo que denuncia, con acierto, Elena Valenciano con su habitual habilidad ante los medios. Y que no es otra cosa que apuntarse a exhibir debilidad desde el primer diario de España en una semana clave para definir la situación de nuestra deuda soberana y el futuro de Grecia y, en consecuencia, de España y de la Unión. Dice bien la portavoz de Rubalcaba cuando reclama responsabilidad y sensatez. Precisamente dos virtudes muy impropias del dieciocho de julio, una efeméride que El País puede anotarse también en su anecdotario particular de la deriva, una carrera limpia y rápida de cualquier siete de julio.
La prensa, tal y como nos enseña Murdoch con sus usos y costumbres inglesas, de las que participa como administrador mister Aznar, es a veces una parodia mal escrita, un esperpento sin protagonistas, y sin otro fin que el de ser y estar cuando toca decidir y resolver.
España saldrá adelante, a pesar de las banalidades de Rajoy y de sus nuevos palmeros. El futuro se decide con la sensatez que aporta, por ejemplo, el candidato Rubalcaba.
Sensatez que muchos del grupo Prisa, como no podía ser de otra manera, comparten a veces abiertamente y otras con discreción prudente. Al fin y al cabo ellos también son lo que leemos y lo que escuchamos. Y lo saben.
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Rafael García Rico