“Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y dolorosa como si hubieras muerto”. Claramente, la intención del poeta era describir un sentimiento más elevado, pero exactamente así fue como me sentí. Parecía escrito para mí. Está bien esto de aplicar los textos a uno mismo.
Cuando me presentan a alguien suelo mantener distancias. Prefiero observar y estudiar al espécimen que tengo enfrente. Ver como se desenvuelve. Si son nerviosos o calmados. Si tienen necesidad de ser simpáticos, cultivados o simplemente muy machos. Su tono de voz, sus gesticulaciones. Me atraen, especialmente los hombres que se reorganizan el cabello mientras hablan. Los que tengan, claro. Y los que no, me sobra con su barba.
Me gustó desde el primer momento. Sus labios los sentí carnosos sobre mis mejillas y su corta barba, muy cuidada y suave. Su gracia y locuacidad ayudaron a que me sintiera atraída, No cesó de contar hazañas y correrías. Todo impregnado de un sentido del humor que provocó alguna que otra carcajada. Estuvimos todo el tiempo juntos. Buscándonos. Intentando coincidir en asientos. Pegados el uno al otro. Había química.
La tarde prometía. Estaba contenta. Era atractivo y encantador. Qué más podía pedir para una calurosa tarde de verano. Ah, sí, podía pedir acabar mezclándome con él. Y lo hice. Fuimos a su casa. Perfectamente decorada. Ordenada y equilibrada. Minimalista. Y una cama King Size de las que quitan el hipo.
Fue delicado. Me ayudó a quitarme la ropa. Despacio, como en un ritual. Me descalzó y bajó la cremallera de mi vestido. Con sus manos en mis hombros, lo deslizó hasta mis tobillos. Yo entregada a la liturgia. Buscando sus ojos. Y su voz.
Me motiva la voz. Es uno de los resortes que disparan mi libido. Intenté ayudarle a buscar las palabras. Proponiendo qué hablase a chorros. Tapó mi boca. Abrió mis piernas, jugosas, y acarició mi clítoris con su glande poderoso. Los labios de mi vagina sentían su calor y su dureza. Pero yo necesitaba volver a encontrar al tipo con labia, desparpajo y facilidad de palabra que había levantado sed en mí. Pero él seguía afincado en el silencio. Mudo. Sus ojos cerrados y sus labios fijados.
Mi apetito decreció. Fue una mezcla de deseo y decepción. Me abandoné. Quería terminar y largarme. No sabía qué papel jugaba en aquella obra, pero no me gustaba. Llegar al orgasmo ya no era el cénit. Me sentí la artista invitada. ¡Yo, que siempre fui la protagonista!
Terminamos como habíamos empezado. Sin palabras. En silencio. Distantes y callados. Un hasta luego frío y sin continuidad. La nada.
Memorias de una libertina