El último barómetro del CIS constata que tras la designación de Rubalcaba como candidato socialista a las próximas elecciones generales la abismal distancia entre el PP y el PSOE se ha reducido en más de tres puntos. El PSOE cree leer en la encuesta los primeros indicios de una remontada. El PP, sencillamente, la ha despreciado aduciendo oscuros intereses del centro que le han llevado a cocinar los datos para favorecer los intereses de su adversario. Los dos exageran y se hacen un flaco favor al actuar de esa manera.
El PP debería revisar la estrategia unidireccional que ha movido su acción política en los últimos años presentando a Zapatero como la causa final de todos los males que han aquejado a España, ya fueran propios o ajenos. Porque en el fondo los datos del barómetro del CIS avalarían parcialmente esa tesis, al menos en materia electoral, cuando constata que eliminado el actual presidente de la carrera electoral la prima de riesgo del PSOE se ha reducido considerablemente. Y debería también considerar el problema que supone que en todas las materias por las que se pregunta a los potenciales electores el grado de confianza que atesora Rubalcaba frente a Rajoy es infinitamente superior, factor nada despreciable en unos comicios en los que se decide quién nos va a gobernar en los próximos cuatro años.
Pero el PSOE debería no echar las campanas al vuelo. Si el PP ha tenido en las dos últimas legislaturas una potente marca manejada por un líder manifiestamente mejorable, el PSOE cuenta hoy con un líder potente al frente de una marca muy dañada por circunstancias ajenas y errores propios. Y en esa materia, la de reconducir la imagen política de su partido, el trabajo que le queda al candidato socialista es grande y el tiempo con el que cuenta, corto.
Por distintas razones ambos candidatos se juegan mucho en las próximas elecciones. Lo más seguro es que ninguno de los dos cuente con una nueva oportunidad tras la derrota. Por eso es importante que no yerren. Y el más peligroso de los errores que podrían cometer es el de despreciar al rival. Bien lo saben ambos: el desprecio al adversario llevó en volandas al poder a los dos últimos presidentes de la democracia.
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Isaías Lafuente