Podemos seguir elucubrando sobre las causas remotas y próximas de las tensiones en los mercados financieros. Podemos continuar con este ejercicio en el que la mayoría de los intervinientes, incluyendo los especialistas, utilizamos palabras cuyo significado desconocemos. Podemos alargar los procesos de reflexión que tratan de conectar los efectos de la presión del Tea Party en el Congreso de los Estados Unidos con las consecuencias de la catástrofe nuclear de Fukushima y con las revueltas en el norte de África. Pero cuando miremos al interior, nos volveremos a encontrar con la realidad de un país con cinco millones de parados, lo que entre otras cosas implica que dieciocho millones de personas empleadas mantienen a los treinta millones de españoles que no trabajan. Esta situación se da en el marco de un sistema económico que, al menos en los últimos veinticinco años, se ha demostrado incapaz de generar empleo con cifras de crecimiento económico inferiores al 3%, que no se prevé alcanzar en una década. Además hay que tener en cuenta que, aún llegando a esas tasas de crecimiento, la reducción del paro se estanca en torno al 9%, que todos hemos venido en considerar pleno empleo, cuando en otros países se identifica como un porcentaje inasumible de desempleo. Pero en España no. En España se digiere como estructural que más de dos millones de personas no puedan o no quieran trabajar ni siquiera cuando la economía general demanda con avidez nuevos contratos. Esta explosiva mezcla de elementos coyunturales y estructurales exige una solución, que muchos conocen aunque pocos se atreven a apuntar –y menos ahora en vísperas electorales- y que fue resumida por Paul Krugman (cuya sensatez es directamente proporcional a su distancia geográfica de la ciudad de Nueva York) cuando indicó que España necesitaba una devaluación interna.
Sin tiempo para muchos sentimentalismos ni circunloquios, existen una serie de medidas a disposición del Gobierno y del Parlamento para llevar a cabo tal devaluación interna y permitir a los españoles recuperar competitividad, a costa, no de convertirnos en más pobres, sino de darnos cuenta de que ya lo éramos. Actuaciones concretas:
1.- Supresión del salario mínimo interprofesional
2.- Supresión de los conceptos de despido por causas objetivas y de despido disciplinario correlativa, eliminación de las indemnizaciones por despido objetivo y por despido improcedente, manteniendo únicamente las causas de despido nulo y sus consecuencias legales, incluida la indemnización.
3.- Establecimiento de la prevalencia de los acuerdos individuales sobre los convenios colectivos, aún cuando sean menos favorables para los trabajadores, aplicando únicamente los convenios colectivos negociados a nivel de empresa o de grupo.
4.- Eliminación de todo tipo de subvenciones.
5.- Vinculación de los incrementos salariales a la productividad en el marco de los acuerdos individuales o de empresa.
6.- Simplificación del impuesto sobre sociedades, estableciendo un único tipo más reducido y eliminando deducciones y bonificaciones.
7.- Simplificación para las pequeñas y medianas empresas de las obligaciones de información tributaria y contable.
8.- Eliminación de determinadas obligaciones salvo para los sectores de actividad en los que tienen incidencia relevante, como las relacionadas con protección de datos o prevención de riesgos laborales.
9.- Supresión de la colegiación obligatoria para el ejercicio de actividades profesionales.
10.- Supresión de organismos redundantes (defensores del pueblo autonómicos, consejos consultivos de las autonomías…).
Se pueden hacer muchas cosas cuyos efectos serían prácticamente inmediatos, pero falta el valor para tomar las decisiones y el carisma y la fortaleza para convencer de sus bondades a una sociedad anestesiada. La primera obra literaria del presidente JFK, traducida en España con el título “Rasgos de valor” recopila una serie de historias de políticos norteamericanos que se vieron en la tesitura de tomar decisiones difíciles e impopulares, con base en sus convicciones sobre el bien de su país y de sus conciudadanos, por encima de la coyuntura y del interés personal o partidista. El título original se traduciría literalmente como “Perfiles de coraje”. Pues lamentablemente en la política española de 2011, el coraje se ha puesto totalmente de perfil.
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Juan Carlos Olarra