Nos encontramos en uno de esos molestos descansos en política en los que los líderes dejan de asestarse golpes el tiempo suficiente para felicitarse por lo buen estadistas que son.
«Deseo agradecer a mi amigo el secretario de la mayoría su labor a la hora de llevar a puerto este acuerdo», decía el secretario de la oposición en el Senado Mitch McConnell de Harry Reid en el pleno el martes. «Podemos discrepar mucho, pero… nunca jamás es personal, y… vamos a trabajar cuando el bien común esté en juego».
Los halagos del Republicano se extendían al caballero cuya derrota ha convertido en su principal prioridad. «También quiero dar las gracias al presidente», proseguía McConnell. «Es testimonio de la buena voluntad de aquellos en las dos formaciones que fuimos capaces de alcanzar este acuerdo».
Reid apareció para devolver las alabanzas. «Aprecio las amables palabras que mi homólogo el señor McConnell ha pronunciado en el pleno», decía. «Agradezco que mi amigo el secretario Republicano suscribiera la idea que yo propuse».
No es por interrumpir esta sesión de felicitaciones, pero ¿qué es lo que han hecho estos caballeros para ganarse el prestigio? Desde luego, el acuerdo del techo de la deuda alcanzado es mejor que permitir que Estados Unidos se convierta en un moroso. Pero la efusividad en su acuerdo es lo opuesto al liderazgo: van a poner el aparato del estado en piloto automático.
Los programas sociales, la reforma del marco tributario y las demás grandes decisiones recaerán sobre otro panel cuasi-independiente más, siendo éste un «súper-comité» de legisladores. En el probable caso de que tengan desavenencias, el gasto público será promulgado mediante «mecanismos» automáticos y recortes en todas las instancias, conocidos como «mecanismos de seguridad» que apartan las decisiones de los legisladores. El compromiso, en otras palabras, no hace sino confirmar que el estado es ingobernable.
Los legisladores de las dos formaciones desafiaron a sus colegas más ideológicos a suscribir este plan por una mayoría aplastante de 74 a 26 en el Senado y 269 a 161 en la Cámara, donde el retorno por sorpresa de la congresista Gabby Giffords añadió calidez bipartidista y vaguedad. Los líderes interpretaron esto como la validación de su caótico rumbo.
«Sé que hay todo tipo de tertulianos y columnistas que dicen que el sistema no funciona», decía Reid celebrando su «notable» logro. «Pero sí trasladamos el mensaje al mundo y al pueblo estadounidense de que nuestra gran democracia funciona».
En esto, McConnell convenía. «El tira y afloja que vieron los estadounidenses en Washington estas últimas semanas no era parálisis», sostenía. «Fue la voluntad popular saliendo adelante por sí sola y un sistema político que nunca se concibió para agradar».
McConnell, que ha denunciado a los Demócratas de forma pública y cotidiana, citaba de forma incongruente un comentario atribuido a Churchill, «valor es lo que hace falta para sentarse a escuchar». El Senador Joe Lieberman, el independiente de Connecticut, se remontó más atrás de Churchill anunciando lealtad a James Madison y a Alexander Hamilton. Dio lectura a una columna que dice que «los fundadores estarían complacidos por ‘el espectáculo'».
Pero en los Documentos Federalistas no hay ninguna mención a la clase de secuestro con rehenes que se desarrolló durante las últimas semanas. Los artífices de la Constitución no dicen nada de los derechos de un reducido grupo de legisladores que afirmando recibir órdenes de Dios, llevan al país al borde del impago. La Constitución no menciona concretamente abandono de negociaciones, bocadillos satánicos ni considera leyes sin votación los anteproyectos presupuestarios.
Es igualmente posible que Madison y Hamilton hubieran considerado débiles a los legisladores actuales por aplazar su debate en torno a las subidas tributarias ocultándose tras un comité, o que estuvieran perplejos ante el objetivo de los legisladores de 2,1 billones de reducción del déficit a una década — cuando los legisladores Republicanos y Demócratas de la comisión de disciplina fiscal Bowles-Simpson habían accedido al doble prácticamente de esa cantidad.
Desde luego, a los arquitectos de la Constitución les habría divertido la costumbre de sus sucesores de denunciar legislaciones antes de darles su apoyo. «Todo no marcha bien, y no marchará bien hasta que tengamos el valor y el liderazgo de instituir la reforma tributaria», decía el senador Demócrata de Nuevo México Tom Udall antes de votar «sá».
El senador Republicano de Arizona Jon Kyl denunciaba parte del compromiso por «imprudente» y «próximo a la violación de nuestro juramento» — antes de votar a favor. Prácticamente igual de valiente que las denuncias del compromiso por parte del candidato presidencial Mitt Romney — después de que el trámite estuviera garantizado.
A pesar de todo esto, Reid seguía declarándose «confiado en que los aires de compromiso que se han asentado en Washington los últimos días duren».
Los senadores se preparaban a continuación para un receso legislativo de cinco semanas, dejando en el aire un debate que ha echado al cierre a la Agencia Federal de la Aviación y ha dejado sin empleo a unas 75.000 personas. Es un refrán idóneo: el estado vuela en piloto automático y la Agencia Federal de la Aviación se queda en tierra.
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Dana Milbank