Vivimos en lo que el New York Times llama «la edad de oro del cine extranjero». Pero la audiencia estadounidense no lo sabrá a menos que sea lo bastante afortunada de vivir en las inmediaciones de una sala de cine o de tolerar los subtítulos de los DVD alquilados.
La creciente calidad de las películas extranjeras con respecto a los últimos años marca, francamente, un acusado contraste con la cotidianeidad de mucha oferta de Hollywood. Las epopeyas cinematográficas de este verano han sido en su mayor parte tan débiles e insípidas como las palomitas húmedas.
Aquí tiene los «taquillazo del verano» de 2011 hasta la fecha: «Scream 4», «Thor», «La Boda de Mi Mejor Amiga», «Piratas del Caribe: en Mareas Misteriosas», «Resacón II», «Kung Fu Panda 2», «A Todo Gas 5», «Linterna Verde», «Cars 2», «Transformers: El Lado Oscuro de la Luna», «Harry Potter y las Reliquias de la Muerte 2», «Capitán América» y «Vaqueros y Alienígenas».
Lista bastante deprimente, en mi opinión: ocho secuelas; tres héroes de cómic; dos de animación; una cinta inspirada en una visita a un parque de atracciones; otra inspirada en un juguete. Esto es lo que presenta Hollywood al mundo este verano como su oferta cinematográfica más puntera. A excepción de la estrafalaria «La Boda de Mi Mejor Amiga», y del final del icónico Harry Potter, qué lástima de palmarés.
Las mejores películas que vi este verano eran extranjeras — de pequeño presupuesto pero de grandes guiones contundentes emotivamente. Ambas películas me han conmovido, pero sospecho que soy presa fácil. (Una de mis hijas me preguntó en una ocasión: «Papá, ¿lloras en todas las películas?») Casualmente vi las dos el mismo fin de semana, cuando el principal estreno del multicines local era «Linterna Verde».
La primera de estas joyas extranjeras es «Incendies», cinta del director francocanadiense Denis Villeneuve cuyo título se vendría a traducir como «Chamuscado». Es una ardiente historia de un hermano y una hermana empujados por la voluntad de su misteriosa madre a encontrar sus raíces en un país violento de Oriente Próximo que sólo podría ser el Líbano.
«Incendies» se basa en una obra de Wajdi Mouawad, y me es imposible dar muchos detalles de la trama sin descubrir el sorprendente desenlace. El crítico Michael O’Sullivan no exageraba al escribir en el Washington Post: «Te sorprende y te deja consternado». ¿De cuántas películas norteamericanas recientes se puede decir lo mismo?
La segunda cinta notable fue «Biutiful», dirigida por el genial mexicano Alejandro González Iñárritu. Esta es más conocida gracias a la nominación de la Academia de su protagonista, Javier Bardem. Es una historia que puede no resultar atractiva, acerca de un padre en Barcelona que descubre que se muere de cáncer y se pregunta qué hacer con sus hijos. Pero está tan hermosamente concebida y ejecutada que alcanza la clase de universalidad conmovedora que la gente vinculaba en tiempos a las películas clásicas estadounidenses, como «Qué bello es vivir» o «La ley del silencio».
Todas las películas de Iñárritu examinan el sufrimiento y la alegría de los trabajadores emigrantes en constante movimiento en nuestro mundo globalizado. Recuerde su película «Babel», con Brad Pitt, que tejía detalles de la trama de Marruecos a Japón pasando por la frontera mexicano-estadounidense. En «Biutiful», los desposeídos son inmigrantes africanos y chinos que viven en constante temor pero no pierden nunca su dignidad. Este director mexicano llega a plasmar los grandes temas de la vida cotidiana del siglo XXI de una forma que la mayoría de los directores estadounidenses ni siquiera intentan hacer.
«Incendies» y «Biutiful» fueron nominadas al Oscar a la mejor película extranjera este año (ganó «Biutiful»). Pero a pesar de este espaldarazo, han registrado insignificantes resultados en taquilla. Claro, se puede ver en vídeo, pero merecen ser vistas en una sala. En la América de los multicines, donde el juego consiste en vender palomitas y refrescos a adolescentes, se puede olvidar de ello.
La lengua extranjera parece ser un disuasorio para los monolingües estadounidenses. ¿De qué otra forma explicar que no tengan distribuidor las películas de gánsteres más entretenidas de los últimos años: la obra maestra de Jacques Audiard en 2009 «Un Prophète», o la serie de 2 cintas de Jean-Francois Richet «Mesrine». Estas películas guardan parecido con nuestras epopeyas de gánsteres, como las películas de «El Padrino», pero tuvieron escasa audiencia en América. Una pena.
Los estadounidenses están haciendo buenas películas «indie». El «Winter’s Bone» de Debra Granik el año pasado fue una película especialmente contundente. Pero muchas de estas cintas de bajo presupuesto tienen también escasa imaginación y ambiciones. Son excéntricas narrativas vetustas, o crónicas de la vida en la marginalidad.
Si quiere ver una película realmente buena este verano (en términos diferentes a los de presupuesto en efectos especiales) probablemente tenga que recurrir a la pequeña pantalla, y ponerse las gafas para leer esos subtítulos.
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David Ignatius