Decía un viejo profesor de Derecho Civil que «los plazos siempre se cumplen»; era su frase para que la clase entendiéramos que los vencimientos se agotan y que llegará un día en el que toque hacer frente al compromiso adquirido. Pasado el ecuador de agosto nos adentramos en la cruda realidad económica que nadie quiere ver, entre otras cosas porque tampoco hay líderes que ilusionen o tengan ideas rompedoras para motivar al personal.
Acerca de la crisis se han hecho todo tipo de comparaciones, algunas más gloriosas que otras, desde la montaña rusa al túnel pasando por curvas y peraltes. La realidad, (ya en la segunda mitad de agosto y con el crecimiento estancado), es que todo el impulso de los buenos tiempos nos ha valido para llegar hasta aquí, a este punto de la cuesta al que estamos disimulando de mala manera. Y el problema no es tanto cómo vamos a remontar, (ni siquiera se ve la cúspide), el asunto es preguntarnos si la bicicleta tiene frenos para no caer de espalda, cuneta abajo probablemente.
Hasta aquí hemos llegado silbando porque presumir es un oficio que sale gratis, pero no sabemos cómo avanzar a partir de ahora. Los plazos, como decía aquel profesor, se cumplen y nos vemos ante el espejo de nuestras incongruencias. Lo que ha pasado en Italia pronto vendrá a España aunque ninguno de los dos partidos mayoritarios quiere oír hablar de fusión de ayuntamientos, o de recortes provinciales. Aquí se critican duplicidades, coches oficiales y televisiones autonómicas pero nadie renuncia al momio dónde apalancar a los suyos para que propaguen la correspondiente dosis de doctrina al servicio del señorito/a correspondiente.
La cruda realidad es que la soberanía nacional recae no en los ciudadanos sino en las agencias de calificación que tiran a dar, y no tenemos defensas ante estos ataques que se suceden en oleadas. Ante ellas no valen Obama, Merkel, ni Sarkozy, ellos son igual de vulnerables. No valen sus defensas económicas, pero tampoco valen sus argumentos morales, no hay regeneración a la vista. Y, a partir de este punto de la cuesta, no nos queda más impulso y tampoco cuela silbar como si fuéramos excursionistas despreocupados.
En apenas unos días, en cuánto arranque septiembre, veremos nuevos recortes y congelaciones. El nivel de corrupción y pille de las administraciones es de tal calibre que no hay balance que aguante sus números. Cuesta abajo hemos sido los campeones del mundo. Las bicicletas son para el verano, ¿y en invierno dónde hay que dar pedales, en qué dirección, motivados con qué impulso?, que Rajoy y Rubalcaba nos lo expliquen.
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Rafael Martínez Simancas