Creo en una familia humilde de Galilea. Creo en María, en José, y en las penalidades y rigores de la pobreza y de la persecución por sus ideas y sus creencias. Creo en José, trabajador, carpintero. En María, humilde y sencilla, madre de quién habría de ser Jesús de Nazaret. En ellos creo, que viajaron al exilio y dieron a luz a su hijo en un misérrimo pesebre. Creo en su hijo, como profeta de un mundo mejor y como Prometeo, el verdadero hombre nuevo que no se ha vuelto a repetir. Jesús, más que profeta, hombre de bien, cuerdo, lúcido, inteligente y sabio que supo distinguir la infamia de la verdad, el mercadeo de la sencillez, la honradez y la honestidad del estupro y la corrupción. jesús que habló de los mercaderes a la puerta del templo y del mercadeo en la casa de su Padre.
Me gusta creer y lo imagino predicando en la montaña, en el desierto. Tengo amigos a quienes he visto, llenos de honradez y devoción ideológica, predicar con el mismo afecto a los obreros metalúrgicos o a los de la construcción en el tajo, la fábrica y el taller. Y he visto en ellos la misma bondad con idénticas ideas solo distanciadas por el doctrinarismo de los intérpretes posteriores.
Creo. Si. En Monseñor Romero y en su muerte en la eucaristía en la catedral de San Salvador, durante la guerra sucia del terror contra los pobres, a los que entregó su causa y donó su vida. Creo en el Cura Camilo Torres, en Gaspar García Laviana. En Ignacio Ellacuría, el padre Ellacuría y sus compañeros de la Universidad Centro Americana, llevados al martirio por la criminal maldad del imperialista vestido de soldadito local.
Creo y tengo fe. En el hombre, en su papel en este mundo. En el espíritu que ilumina su bondad y su generosidad. Virtudes que hay que buscar, como Diógenes, con una lámpara. Creo en ello, a pesar de la decepción diaria. No creo ni en la gula, el fasto o la opulencia, y en cambio me siento recogido en un acogedor sentimiento de paz cuando veo la hermosa escena de la humilde mesa en la que se comparte el vino y el pan, y se tiene fe en el destino del hombre.
Creo en la conciencia y en la luz que desde ella nos ilumina. Miro a mí alrededor y busco a José, a María y a Jesús, y cada vez es más difícil distinguirlos en una multitud que ignora que amor fraternal es sinónimo de solidaridad, que caridad debe quedar detrás de compromiso y lealtad entre seres humanos para ayudar al que se cae, proteger al perseguido, arropar al que tiene frío, alimentar al hambriento o curar al enfermo. Y que no puede haber paz sin libertad ni derechos. Y que esa paz, esa libertad y esos derechos son la comunión de los hombres con lo mejor de la creación. Que detrás del dolor ajeno no puede estar la satisfacción propia, que la mesa de Jesús no está de espaldas al hambre de África, la persecución y el odio que hunde y humilla a millones de seres inocentes mientras nosotros tomamos atún del mar rojo en escabeche con sabor a fragata protectora, para impedir la justa multiplicación al menos de los peces entre los paupérrimos somalíes que mueren ya por porcentajes, imposible seguir la cuenta de otra forma.
Creo que el ser humano es la más fascinante obra de la Creación. Y por ello aún tengo fe y esperanza en su futuro. Sepan que se abrirán, más temprano que tarde,¿recuerdan?, las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. Esa es mi esperanza.
Mi fe, es cosa mía.
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Rafael García Rico