En estos días ha tenido lugar la reunión entre Merkel y Sarkozy de la que se esperaba que trazase las líneas futuras de organización del Euro para cubrir las carencias que tiene la moneda desde su nacimiento.
En esa reunión ambos mandatarios pusieron de manifiesto su voluntad de que sea un precepto constitucional el control del déficit público, así como su intención de crear un consejo de jefes de estado y de gobierno de la zona euro para que se reúnan dos veces al año, con un presidente estable a su frente, siendo el primero el belga Herman Van Rompuy, y, por último, también indicaron su voluntad de proponer un impuesto sobre las transacciones financieras.
Con respecto a la primera propuesta parece razonable que pueda existir una norma en cada país que limite de alguna forma la manga ancha de los gobiernos a la hora gastar y endeudarse. Que sea en la constitución o en otra norma es lo de menos, ya que puede no ser fácil de implementar en las constituciones, y en el fondo, no es más que un compromiso de tipo moral dentro del más puro sentido común.
En relación al nuevo consejo de jefes de estado y gobierno, al no haber concretado sus funciones y competencias es difícil emitir una opinión, aunque bien podría ser el embrión de una política económica común. Hay que esperar y ver cuales serán sus funciones para poder juzgar.
Y en cuanto a la propuesta, tratada anteriormente, de establecer un impuesto sobre las transacciones financieras, parece una propuesta electoralista, con una moralina de castigo a la banca por haberse saltado las normas y haber necesitado dinero público para sobrevivir el cual consiguió endeudando a los estados que la ampararon, mostrando claramente que era y es un sector privilegiado.
Rn cualquier caso, cabría preguntarse ¿A qué operaciones va ser aplicado? ¿Lo repercutirá la banca a sus clientes? ¿Se va aplicar en todos los países de la Unión Europea, en los de la Unión Monetaria, o sólo en algunos? Las respuestas son importantes porque, amén de que el impuesto pueda ser repercutido a los ciudadanos, probablemente vaya a minorar el volumen de operaciones, o a desplazarlas de los países en que se aplique a los que no lo hagan.
Y ya, por último, con respecto a la reunión en general, llama la atención la falta de tacto al convocarla a dos bandas, olvidando a los otros 15 miembros del club y dejando de lado los problemas más inmediatos que aquejan a la moneda única. La Unión Monetaria no son solamente dos países, y todos los restantes tienen, al menos, su misma dignidad.
Ese defecto en la forma de la convocatoria de la reunión ha afectado ya claramente al fondo de la misma con la aparición de los primeros problemas, como la negativa del ministro holandés de finanzas a un impuesto sobre las transacciones financieras, o la precisión de Irlanda al indicar que la fijación o no de los límites de déficit es competencia nacional. Este comportamiento ha vuelto a dejar la impresión de que en vez de una unión estamos ante una desunión con un coro de grillos por miembros.
Los mercados necesitan ver una imagen de unidad y fortaleza y lo que ven es lo contrario. Las propuestas formuladas por los dos miembros que no son las que se esperan como agua de mayo en estos momentos y, además, las serias dudas acerca de si son compartidas por el resto de los miembros, hacen que esta reunión haya sido algo así como un bocadillo de nada entre pan.
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José Luis Martín Miralles