El General Bosco Ntaganda es una figura conocida en el municipio, que cena en el restaurante Le Chalet y practica el tenis los domingos en el Hotel Caribou. «Vive justo allí», me dice a los postres un funcionario de las Naciones Unidas. «Le podemos hacer una visita».
A Bosco también se le imputan casualmente crímenes de guerra y uso de niños soldado según el Tribunal Penal Internacional, cosa incómoda para las fuerzas de pacificación de las Naciones Unidas que con regularidad pasan junto a él por la calle. Ellas tendrían que ponerle a disposición judicial. Pero Bosco, antiguo líder rebelde tutsi, es ahora legítimamente un oficial del ejército nacional congolés, además de temido personaje del crimen organizado. El fugitivo internacional en busca y captura es el hombre más poderoso al este del Congo y el propietario junto a otro socio de un club nocturno en Goma.
Así es la desproporcionada política del Congo, del mismo tamaño que América al este del Mississippi, poseedora de una riqueza mineral desproporcionadamente grande, y hogar del conflicto global más sangriento desde la Segunda Guerra Mundial. Más de 30 grupos armados viven de la riqueza bajo el suelo, utilizando a menudo la violación como estrategia de terror y control.
Pero el ejecutivo central del Congo ha comprado una especie de paz frágil y parcial. Durante años, el gobierno de la República Democrática del Congo y el de la vecina Ruanda se valieron por separado de las milicias sin escrúpulos del este del Congo para defender sus intereses. Ahora el Congo ha incorporado a un nutrido grupo de milicias, incluyendo los aproximadamente 6.600 rebeldes del Congreso Nacional para la Defensa Popular de Bosco, al ejército regular.
Fue un elemento del acuerdo más amplio alcanzado a finales de 2008. El Presidente ruandés Paul Kagame accedía a detener a un mando militar del Congreso Nacional para la Defensa Popular fuera de control (el predecesor de Bosco). A cambio, Kagame tenía permiso para invadir durante 30 días el este del Congo en busca del enemigo jurado de Ruanda, las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda, grupo rebelde hutu que incluye a los autores materiales del genocidio ruandés. El Presidente del Congo Joseph Kabila prometía prolongar esta lucha contra las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda (aliados antes) e incorporar al Congreso Nacional para la Defensa Nacional (enemigos antes) al ejército nacional. Tanto Kagame como Kabila parecen haberse cansado del violento juego de armar a satélites. Ahora los dos enemigos de antaño hablan telefónicamente con regularidad. Este acercamiento entre Ruanda y el Congo es el cambio positivo más sustancial acaecido desde que estuve aquí en 2008, y los cimientos de cualquier paz futura.
La cooperación ha granjeado avances contra las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda. La estrategia en dos vertientes, aplicar presión militar directa mientras se ofrece la repatriación a Ruanda de los rebeldes capturados, ha contraído las filas del grupo. Las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda han perdido el control de las rentables explotaciones mineras. Cada mes, entre 140 y 180 rebeldes de las Fuerzas Democráticas cansados y hambrientos deciden aceptar la amnistía y volver a casa. Los funcionarios de las Naciones Unidas están convencidos de que unos 2.500 rebeldes permanecerían en la Sabana. Siguen cometiendo horrores masivos. El núcleo más cerrado luchará probablemente hasta el final. Pero a tenor de la tendencia actual, explica un funcionario, «las Fuerzas Democráticas de Liberación no pueden aguantar en su forma actual otro año o dos».
Sacar de la ecuación a las Fuerzas, última fuerza extranjera presente en la región, simplifica el rompecabezas del Congo. Pero la incorporación de otras milicias al ejército nacional ha resultado lo que un funcionario estadounidense tilda de «caos operativo». Los efectivos del Congreso Nacional para la Defensa Popular practican la corrupción a gran escala, se niegan a obedecer las órdenes militares que no son de su agrado y controlan por su cuenta las minas. El círculo de Bosco conserva una fuente de financiación independiente, una cadena de mando militar separada y un mecanismo paralelo de poder político.
Ningún ejército puede sobrevivir mucho tiempo como coalición de rebeldes intratables. Con el tiempo, el ejecutivo congolés tendrá que profesionalizar sus fuerzas armadas, desmilitarizar su economía y hacer frente a los líderes milicianos como Bosco. América ha finalizado hace poco la instrucción de un batallón del ejército congolés; debería de realizar más labores polémicas pero inevitables así. Pero ahora mismo, en un enfrentamiento abierto entre el ejecutivo congolés y el Congreso Nacional para la Defensa Popular, el ejecutivo perdería. Así que Bosco sigue en libertad por Goma y perfecciona su juego.
En América estamos enfrascados en un debate en torno al tamaño y el alcance del estado. Pero el este del Congo pone de manifiesto las consecuencias de la ausencia de estado. Un estado en el que quien toma las decisiones no tiene ningún control, hasta un Edén de riqueza natural y buganvillas, estará gobernado por el más cruel. Los recursos naturales se convierten en una maldición, que sostiene a la corrupta élite. Las casas están rodeadas de alambradas, los baches jalonan las calles, los cortes de luz y la impotencia se vuelven una costumbre.
El este del Congo es tragedia y lección de filosofía política en la misma medida. El ser humano precisa de pan y de justicia y libertad. Y todo se dispensa a través de la administración pública que sigue políticas prudentes y mutuamente consistentes y que responde a los representantes del electorado.
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Michael Gerson