En el mundo de Zapatero nada es ya lo que era. Todo se ha venido abajo. Tocan a su fin los días de La Moncloa y el panorama político que le rodea no puede ser más desolador. Entre los suyos se escuchan voces que hablan de decepción; incluso de traición a los ideales de la socialdemocracia. ¡Que lejos queda aquél: «No os fallaré» que proclamó el día de su segunda victoria electoral! Desde entonces todo fue de mal en peor para un PSOE aducido por el «zapaterismo», hijuela de corte radical-anticlerical que pretendía pasar por epítome de la modernidad pero que, analizada en sus intenciones y obras, ha resultado ser una floración tardía de algunos de los mitos y tópicos que creíamos desaparecidos con la Segunda República. Ingeniería de las costumbres abandonada hace cincuenta años por la socialdemocracia europea.
Poco que ver, desde luego, con lo que habían sido los gobiernos de Felipe González, comprometidos, de verdad, en la modernización de España apostando por la reconciliación y la superación de la dolorosa fractura dejada por la guerra civil y la postguerra.
Zapatero se va envuelto en la amargura de un fracaso político que no tiene paliativos. No es el responsable de la crisis económica, pero sí de haberla negado y, en consecuencia, de haber retrasado la puesta en marcha de las medidas encaminadas a paliar sus efectos. La frivolidad, propia de un adolescente, con la que no hace tanto tiempo presumía de la pujante situación económica española en los foros internacionales -aquél infantil eslogan de la «champions league»- se tornó en sarcástico bumerang. De iniciar el curso político en las eras de Rodiezmo, mitineando ante los mineros ataviados con pañuelos rojos, ha pasado a vender con cara de cordero degollado la felicitación de Ángela Merkel -canciller de un gobierno extranjero-, por una reforma de la Constitución que no era necesaria -habría bastado con rescatar la Ley de Estabilidad Presupuestaria- y que, abierto el melón, nos deja un ambiente político preñado de incertidumbres políticas que se añaden a la ansiedad colectiva ante una situación económicas cuyo principal índice de alarma sigue siendo el paro: casi cinco millones de desempleados. ¡Menuda herencia! No creo que este año se atreva a ir a Rodiezmo.
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Fermín Bocos