Empezar el curso con una huelga es un fracaso. De quienes inducen las condiciones que generan la chispa del paro y de quienes, al secundar la huelga y hacerlo en un momento de extraordinaria precariedad económica, transmiten a la sociedad un mensaje de egoísmo porque anteponen sus intereses personales a los del común.
En España tenemos alrededor de 70.000 docentes con contratos interinos. A doce mil no les renovarán. Ésta es la madre del problema. No la ampliación de horas de clase como interesadamente vienen argumentando quienes pretenden desacreditar la protesta de los maestros que, a su vez, por boca de algunos líderes sindicales, tampoco admiten que éste es el verdadero motor del anunciado paro.
Falta, pues, sinceridad por las dos partes. A los dirigentes políticos autonómicos que han decidido el recorte de contratos hay que pedirles que hablen claro; que asuman la poda y con ella el desgaste de popularidad que apareja, estando como estamos, en vísperas de unas elecciones.
A mi juicio, también es una exigencia para los sindicalistas y maestros que hablan con los medios: que no disfracen los hechos; que no hablen de despidos porque, técnicamente hablando, el contrato de un interino es un contrato temporal y, como es sabido, dichos contratos tienen un fecha de caducidad. Son cientos de miles los españoles que en otros trabajos y profesiones tienen este tipo de contratos -muy encomiados, por cierto, no hace mucho por el ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, con quien parece disentir su colega de Gabinete, Ángel Gabilondo-.
Debate aparte, sería ponernos de acuerdo en si es en el sector de la enseñanza donde hay que meter la primera tijera -personalmente, creo que no-, en vez de iniciar los recortes de presupuestos en cargos públicos (duplicados y hasta triplicados), en subvenciones a partidos, sindicatos y patronal, en propaganda institucional o en empresas y entes públicos, también prescindibles. Tener más maestros no es un lujo, es una necesidad. Por eso digo que una huelga de maestros es un fracaso. De todos.
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Fermín Bocos