En el actual litigio entre el castellano y el catalán se advierten muchas cosas, entre ellas que las lenguas no se inventaron tanto para entenderse como para no comprenderse en absoluto. Ahora bien; aunque en el origen de los idiomas figure esa función, tan grata a todas las tribus, que permite comunicarse a los miembros de la misma son que los de otras peñas se enteren de nada, hemos de coincidir en que en los tiempos actuales eso queda, cuando menos, viejuno.
Partidarios y detractores de la «discriminación positiva» del catalán en Catalunya andan a la greña de nuevo, ésta vez con un propósito claramente electoralista al fondo. Pocos se preocupan de que la gente se exprese con decoro en la lengua que sea y que con ella acierte a comunicar con precisión y elegancia sus ideas, sus necesidades y sus sentimientos. Se trata, más bien, de una cuestión política en su modalidad más indeseable. la de la dominación. ¿Que usted rotula en castellano su establecimiento? Le multo. ¿Que mi hijo no puede dar todas las asignaturas, incluso gimnasia, en castellano? Pues le denuncio. Y así todo el rato, cuando lo cierto es que al ser el castellano y el catalán lenguas tan estrechamente emparentadas, el aprendizaje y el uso de ambas debería ser, y lo es en la práctica diaria, un automatismo que no generara problemas.
Es cierto que esa «discriminación positiva» (¿puede ser positivo algún género de discriminación?) que instituye la apabullante supremacía del catalán en Catalunya, eso que se ha dado en llamar «inmersión lingüística», ahogamiento del castellano más bien, se traduce en excesos que establecen, como si dijéramos, un tipo de ciudadanos de segunda, versión contemporánea del xarnego, aquellos a los que en el habla se les nota horrores que no nacieron allí ni, en consecuencia, aprendieron a nombrar las cosas de la vida en la bellísima lengua de Verdaguer. Pero tan cierto y tan incontestable como eso es el derecho de los pueblos a hablar en el idioma que les de la gana, aunque al final todos tienen que fastidiarse y aprender inglés.
Para mí que lo que hay, lo que crea, encona y enrrancia el problema es el poco gusto por reconocerse, por apreciarse, por agradar. La mala leche. La mala llet.
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Rafael Torres