En mi “urba” (como las nuevas generaciones llaman a las urbanizaciones) vive una señora muy joven, casada, “bien casada” (como los más antiguos denominan a un matrimonio consolidado, con tres hijas y marido estupendo) que cuando llegan estas fechas entra en estado de frustración e intenta que no cierren la piscina comunitaria por nada del mundo. A tal efecto moviliza a todos los vecinos. Es muy convincente. Mientras duda entre acampar y manifestar así su protesta ante la casa del presidente de la comunidad o la del propio administrador, la naturaleza obedece a su jodido carácter y lanza una lluvia que disuade a los convencidos y otorga la razón a los planificadores. Se acaban las discusiones. Así llevamos varios años.
Lo de mi vecina es absolutamente normal: la llegada del otoño siempre provoca pánico escénico. Desde el colegio. Estas cosas quedan en el subconsciente. Un asunto es la curiosidad del primer día: ver los libros sin estrenar o conocer a los nuevos compañeros y otro es meterse en el agujero de la rutina cotidiana.
Este año, si se atiende a las noticias y previsiones, el pánico es ya el auténtico. El genérico. Sin adjetivos ni aditivos. Nadie da un euro, ni siquiera un duro, por el próximo otoño. Menos yo, claro. Pero en mi caso influye el hecho de que ya no debo irme interno al colegio.
Pero esto último es un tema personal. Entiendo perfectamente lo del síndrome postvacacional. De ahí el deseo general de prolongar el verano. El otoño como actividad es una invención contra natura del hombre: cuando las hojas se caen de los árboles y los osos se disponen a dormir, el hombre ha creado el nacimiento de un nuevo curso con todo lo que eso conlleva. Es lógico que produzca pereza y se necesite un sobreesfuerzo. En estas condiciones las cosas se ven de un color más bien gris marengo.
Por ello, mi sentido de la responsabilidad y carácter optimista me obliga a enviar un mensaje de ilusión ante los próximos meses. A eso voy: no es precisamente la cada vez más cercana presencia de la Navidad. Ni hablar, todo lo contrario. Tampoco el hecho de que ustedes no tengan que ir al colegio, si es que no hay huelgas. Mucho menos las esperanzas pueden basarse en el inicio de otra colección de fascículos. Opino que la ilusión, este año, debe centrarse en el hecho histórico de que el señor Zapatero se dispone a iniciar una larga siesta en León que espero disfrute. Con todos los respetos: como los osos antes citados. Creo que se la merece y por qué no decirlo, nosotros también.
Mientras tanto mi vecina en su camino hacia la sabiduría se ha ido este año a Formentera. Servidor se irá unos días a Fuerteventura. Todo sea para prolongar el verano con cierta seguridad. Si fuera posible hasta el 20-N.
Hasta la semana que viene.
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Paco Fochs