Mientras América hace inventario esta semana de políticas de contraterrorismo, es útil examinar dos importantes recomendaciones contenidas en el Informe de la Comisión del 11S. La primera, la que abogaba por la creación de un puesto nuevo de director de Inteligencia nacional que «enlazara las pistas», hace por fin algún progreso a la hora de coordinar a las 17 agencias de los círculos del espionaje.
Pero la segunda gran propuesta de la Comisión, instar al Congreso a reformar sus propios protocolos de supervisión de la Inteligencia, desafortunadamente ha terminado en agua de borrajas. Se diría que los legisladores siguen siendo adictos a la política de lo mezquino, aun tratándose de reformas exigidas en nombre de las víctimas del 11 de Septiembre. Iremos a eso más adelante.
Veamos primero la actuación de James Clapper, Teniente General de las Fuerzas Aéreas en la reserva que es el cuarto director de Inteligencia
nacional desde que se creó el cargo en el año 2005. El rendimiento insinúa las dificultades que definen el cargo. Con demasiada frecuencia dio lugar a reyertas y peleas entre grupos de afines. Por ejemplo, el antecesor de Clapper, el Almirante Dennis Blair, fue relevado tras una autodestructiva campaña encaminada a retar al director de la CIA León Panetta.
Clapper, un veterano de los círculos del espionaje de 70 años de edad con perilla y aficionado a lanzar el comentario agudo de turno, no tenía el más remoto interés en batirse en duelo con la CIA. Había dirigido dos agencias de espionaje del Pentágono y consideraba el puesto de director como coordinación una especie de Oficina de Gestión y Presupuestos versión espionaje más que un puesto directivo. Como su mentor, el ex Secretario de Defensa Bob Gates, es aficionado a soltar «Estoy demasiado viejo para esta (taco)» en cuanto hace frente a obstáculos burocráticos.
Clapper estropeó varias primeras apariciones en los medios, alterando o pareciendo desconocer sucesos importantes — cosa no sorprendente del todo en el caso de alguien que ha pasado su carrera evitando la atención pública. Pero tiene buenas referencias de la Casa Blanca: cayendo en la cuenta de que Barack Obama es un lector voraz, renovó la sesión de Inteligencia matutina de forma que no fuera un refrito del «Informe Diario al Presidente» que se entrega por escrito y que satisface mejor las necesidades de Obama. Funcionarios de la Casa Blanca afirman que es un cambio bien acogido con respecto al estilo informativo de Blair.
Lo que es más importante, Clapper empezó a atajar el verdadero problema que el puesto de director de Inteligencia nacional se concibió para corregir el anárquico cenagal de los círculos del espionaje. Empezó recortando parte del derroche dentro de su propia sección, que creía que se había convertido en «un abeto de Navidad» del que cuelgan adornos del Congreso o las agencias restantes.
Como Gates en Defensa, Clapper demostró estar realmente dispuesto a tumbar programas y reemplazar a gente. Tumbó al director titular en funciones y al responsable de información en favor de dos estrellas que se trajo de la CIA. Devolvió una función técnica a la Agencia de Seguridad Nacional, y transfirió al Pentágono la difusa Universidad de Inteligencia Nacional. Recortó el elenco de directores de Inteligencia nacional en funciones de cuatro a uno, y recortó la plantilla de la oficina del director a unos 1.600 funcionarios con respecto a unos 2.000, con más recortes de camino.
El corazón de la iniciativa de integración de Clapper es un nuevo equipo de «directores de Inteligencia nacional» responsables de recabar y analizar información en 17 áreas del estudio. El referente de esta especie de fusión es el Alto Mando de Operaciones Especiales — que puede llevar a cabo una incursión nocturna, digamos, y analizar y explotar la información de espionaje con la rapidez suficiente para emprender otra incursión al alba. Clapper desea esta clase de agilidad en el espionaje en conjunto.
Los «NIMs», como se denomina a estos directores de Inteligencia nacional, acaban de ocupar sus gabinetes una planta por debajo de Clapper en el cuartel general de Inteligencia Nacional próximo a Tysons Corner. La nueva estructura se tradujo en la degradación de los analistas que trabajan como «funcionarios de Inteligencia nacional», y varios funcionarios de la instancia han dimitido en protesta. Combinar las funciones de recabar la información y el análisis tiene sentido, pero el proyecto de los directores NIM va a necesitar de seguimiento vigoroso.
Hay previstas varias medidas de mejora de la eficacia, a medida que un presupuesto del espionaje progresivamente reducido obliga a realizar más medidas de consolidación. Fíjese en la infraestructura de tecnologías conjuntas de información entre instancias, por ejemplo; ciertos sistemas de vigilancia electrónica planeados también podrían pasar por la tijera, incluyendo los que los profesionales del espionaje tildan de «mascotas del Congreso».
Ahora compare la iniciativa integradora de Clapper con la negativa del Congreso a hacer lo propio en la supervisión del espionaje, según lo recomendado por la comisión del 11S. En lugar de consolidar la asignación presupuestaria y la autorización en el seno de los comités de Inteligencia de la Cámara y el Senado según lo recomendado, las dos instancias siguen siendo independientes. Lo que es peor, los presupuestos de Inteligencia permanecen ocultos dentro de los presupuestos de Defensa, Tesoro, Estado y el resto de departamentos.
Estos presupuestos ocultos dejan de tener sentido cuando el presupuesto unificado de Inteligencia nacional es cuestión de registro jurídico. El
comité de Inteligencia del Senado sí recomendó pasar a una partida presupuestaria única para espionaje en el ejercicio 2010, pero no llegó al pleno: el Congreso se aferra al sistema antiguo para conservar su coto tradicional.
«La supervisión legislativa del espionaje y del contraterrorismo es hoy disfuncional», reza el Informe de la Comisión del 11 de Septiembre. La supervisión ha mejorado modestamente durante los últimos siete años, pero ninguna de las principales recomendaciones de la comisión al Congreso ha sido adoptada. Al acercarse el décimo aniversario de los atentados, eso es un escándalo.
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
David Ignatius