La incapacidad de los políticos para arreglar los problemas que ellos mismos generan la tratan de disimular ‘demonizando’ y criminalizando a diferentes colectivos. En el caso de Esperanza Aguirre y su Gobierno, primero fue una parte de los funcionarios de la sanidad pública, luego los liberados sindicales, un poco más tarde los seguidores del 15M y ahora los profesores de la enseñanza pública.
En este caso, por ser el último, son los que más se la están cargando mientras reciben los ataques Aguirre y sus palmeros. Primero les manda una carta con faltas de ortografía, luego les dice que no trabajan casi nada, poco después dice que los manifestantes de esta semana eran liberados sindicales y, ahora, la consejera de sanidad, Lucía Figar, dice que los asistentes a las asambleas de docentes «son los mismos que en agosto agredían a peregrinos». Tampoco se ha quedado atrás el defenestrado Granados que, quizás para hacerle la pelota a la jefa, acusa a los sindicatos de la enseñanza de invitar a «los antisistema y radicales» a las reuniones.
Es tal la demagogia y tamaña su irresponsabilidad que ya han llegado a perder el pudor y se muestran tal como son: deslenguados, burdos y sin vergüenza, ni propia ni ajena. De lo contrario no se entiende este ataque furibundo a los que ejecutan uno de sus supuestos proyectos estrella: la educación. Pero eso ya no se lo cree nadie y Esperanza Aguirre, con los recortes que va a aplicar en este sector, le ha declarado la guerra a la enseñanza pública al tiempo que privilegia a la privada.
Se supone que Esperanza Aguirre debería solucionar los problemas y no crearlos. Si es incapaz de gobernar la Comunidad echando mano del consenso y el diálogo y únicamente nos administra con el ordeno y mando, es que ya no está capacitada para seguir al frente de los madrileños.
Si a falta de ideas se limita a apagar fuegos con gasolina, debería marcharse.
Lo último que necesitamos son bomberas pirómanas.
Quebrantahuesos