Fue desagradable contemplar al Presidente Obama la pasada semana en Naciones Unidas alejarse del objetivo del estado palestino que había defendido al llegar a la administración. Lo mejor que se podría decir es que se trató de una pequeña dosis de realismo de política exterior, al reconocer la realidad política y estratégica de que Estados Unidos no va a abandonar nunca a Israel en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Obama juega a la defensiva en política exterior en estos tiempos, tratando de no cometer caros errores. Como un equipo de fútbol que protege una ligera ventaja, quiere evitar las maniobras torpes que pueden costarle el partido. La idea de atreverse a hacer una entrada, el pase de puerta arriesgado, es un recuerdo distante de 2009. Es un equipo que se anima sólo: «¡Deeeee-fensa!»
Hay cosas peores que jugar con precaución. La jugada espectacular puede resultar tentadora pero puede llevar al desastre, como descubrió Menachem Begin con su invasión del Líbano en 1982 o como aprendió George W. Bush tras su ocupación de Irak en 2003. Aunque los tertulianos pueden pedir a gritos una maniobra espectacular y audaz, la elección correcta es a menudo la cubierta frente a resultados pésimos. Bush padre («41») fue la comidilla de «Saturday Night Live» con el gancho ridículo de «no sería prudente», pero cortésmente se abrió camino con precaución al desmantelamiento de la Unión Soviética.
Habría que decir que Obama hace de defensa razonablemente bien. Hay errores de bulto acechando en la primavera árabe, siendo el principal de los cuales una caótica implosión de Siria que podría provocar una ola de masacres sectarias del orden del Irak de 2006. Obama ha entendido la necesidad de ser cauto en la transición siria, incluso si a veces es criticado en los apartados de opinión.
Obama también se está cubriendo en Afganistán y Pakistán. El peligro allí es la percepción de que América se marcha, y la consiguiente escalada por llenar el vacío de poder. Reconociendo ese problema, el Secretario de Defensa León Panetta ya habla de la posibilidad de que Estados Unidos mantenga unos efectivos destacados en Afganistán más allá de 2014. Obama se podría haber ahorrado un montón de sus actuales problemas en el escenario de Afganistán-Pakistán si no hubiera acompañado su incremento de efectivos de diciembre de 2009 de la promesa de iniciar el repliegue de esos efectivos en julio de 2011. El curso más inteligente habría sido el de la ambigüedad deliberada.
La retirada de la cuestión palestina es un trago amargo para Obama. Conservar el papel de América como mediador ecuánime parecía su principal prioridad cuando llegó a la administración. Su primera entrevista como presidente fue con el canal de noticias en árabe Al-Arabiya; su discurso de abril de 2009 en El Cairo fue un diestro indicador de que América estaba dispuesta a dialogar con sus enemigos musulmanes y hacer la paz. Obama sabía que la seguridad de América, y la de Israel, exigían la creación de un estado palestino.
¿Qué pasó con esa promesa? Es una historia larga y deprimente, pero la respuesta sencilla es que Obama fue superado en maña. Optó por no enunciar inmediatamente los principios fundamentales de un acuerdo, que se había construido según los notables progresos realizados en 2008 por Ehud Olmert y Mahmud Abbás, una historia que aguarda a las memorias de Condolizza Rice. En su lugar, escogió abrir un enfrentamiento con la excusa de los asentamientos israelíes que le metió de lleno en la ciénaga de la política israelí de coalición.
El Primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu esperó a que Obama saliera. Cada mes que se prolongaba la disputa diplomática, Obama se debilitaba políticamente y Netanyahu ganaba fuerza. El desenlace fue el discurso de Obama el miércoles, en el que habló casi con pesar de «la paz en un mundo imperfecto». Su esperanza con más probabilidades de éxito ahora reside en no tener que vetar una resolución de independencia. Hablando de hacer de defensa.
Aunque reconociendo el mérito de la precaución de Obama, me gustaría que estudiara el ejemplo de Henry Kissinger, que jugaba una mala mano en 1971 cuando la Guerra de Vietnam empezaba a aclararse. Kissinger recibió una nueva mano viajando en secreto a China. Recuerda en sus memorias que durante su primer encuentro con el premier Zhou Enlai, optó con cautela por un debate filosófico amplio de «nuestras percepciones de los asuntos globales y los asiáticos en especial».
«El estadista encuentra la oportunidad» hasta en condiciones adversas, destaca el experto Republicano en política exterior Robert Blackwill, que trabajó con Kissinger y con los dos Bush. Es un buen consejo para Obama. Está en modo control de daños, algo bastante sensato en momentos de incertidumbre, pero nada parecido a una estrategia. ¿Cuál es la oportunidad – en Pakistán, en la India, en Turquía, en Siria – y sí, en el estado palestino que inevitablemente será declarado?
Jugar de defensa funciona si tienes una ventaja que proteger. Pero no basta cuando esa ventaja se está desvaneciendo.
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David Ignatius