No nos engañemos, para los políticos, sea cual sea su color, la prensa libre no deja de ser un inconveniente. Un periodista que no sea afín a su cuerda ideológica es un enemigo a batir. De ahí los despidos, las cancelaciones de contratos o el destierro a tareas burocráticas de los informadores que trabajan en los medios públicos de comunicación así que se produce un cambio de Gobierno en el Estado o en las diferentes comunidades autónomas. Los políticos confunden la información con la propaganda. Y son insaciables; sólo les parecen «objetivos» aquellos espacios informativos en los que salen ellos repitiendo sus mantras y hablando mal del contrario. El día que se inventó la televisión, el medio ideal para canalizar toda la banalidad y todas las vanidades, en el fondo, fue un mal día para la Prensa. Hablo del periodismo y de los periodistas serios; de los profesionales que luchan por contar la verdad; que se atreven a decir o a publicar lo que la gente -y no digamos los políticos- no quieren escuchar. Profesionales de la información que sacrifican ascensos y mejoras salariales -cuando no el puesto de trabajo- por contar lo que ven, y lo que saben, a riesgo de dejar en evidencia a quienes desde la política mueven los hilos para silenciar verdades incómodas. A veces, es la propia empresa para la que uno trabaja la que presiona para silenciar determinadas cosas porque o bien aguarda una subvención para iniciar una nueva línea de negocio o espera una licencia de radio o de televisión (que depende de tal o cual gobierno). Hay periodistas «bizcochables», que se anticipan a los requerimientos de los políticos a sabiendas de la segura recompensa «así que ganen los nuestros» y hay otros que, con humildad y profesionalidad, sin otro alarde que la voluntad de servir al público -los lectores, los oyentes o los televidentes- cumplen con su deber con resignada determinación siendo capaces de narrar con fidelidad lo que pasa al margen de sus convicciones políticas.
Escribo todo esto al hilo de la indignante (y felizmente retirada) iniciativa de algunos consejeros de RTVE, que a propuesta de los representantes del PP y con la anuencia tácita de los del PSOE, que se abstuvieron en la votación, pretendían controlar la información elaborada con destino a los telediarios. Menos mal que ante el escándalo organizado (y ante la digna reacción de los colegas de TVE), tanto Mariano Rajoy como Pérez Rubalcaba han reaccionado desautorizando a los consejeros que habían urdido semejante comisariado digital. Me alegro. Pero que no se confíen los colegas de la televisión estatal porque los políticos van a lo suyo. Esta vez han rectificado, pero es porque se han asustado ante el escándalo. Pero ¡ojo! porque, así que la cosa se enfríe, lo volverán a intentar. Es el cuento de la rana y escorpión: controlar la información, vender como noticia lo que es propaganda, está en su naturaleza.
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Fermín Bocos