domingo, noviembre 24, 2024
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Divino tesoro

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A uno, que le pasa como a Georges Brassens, que la música militar no le sabe levantar, sí le gusta de los desfiles, en cambio, ver a tanta gente joven a la que no le duele nada. Qué gloria bendita esa de tener un cuerpo como si no lo tuviera uno, o de tenerlo sólo para el placer. Ahora bien; con el tute que se mete la soldadesca que desfiló este miércoles, es muy probable que al final les acabe doliendo todo, sobre todo a los «lejías», con esa marcha que llevan que da miedo.

Antimilitarista por sensibilidad y convicción, máxime por haberse comido uno quince meses de «mili» cuando los cuarteles y las salas de banderas estaban hasta arriba de retratos de Franco, no deja uno de sentir cierto deleite infantil al contemplar las formaciones, los carros de combate o las unidades de montaña. Remoto deleite que, sin embargo, no logra sobreponerse a la consideración objetiva de que no estamos, se mire como se mire, para dispendios como ese. Es cierto que el gobierno recortó éste año la duración y el aparato castrense de aviones, artefactos y vehículos, que en combustible gastan en una hora lo que todos los autobuses de Madrid en varios días, pero también lo es que, en atención a los millones de españoles que lo están pasando mal, se podía haber reducido el desfile otro poco. La vistosidad del acto, que en ésta edición ha tenido una puesta en escena más contendida, y por ello más elegante, no se vería mermada por quedarse, por ejemplo, a la mitad, que es como nos estamos quedando los civiles con esta revolución de los ricos y de los mercados, esto es, de la codicia y de la usura.

A uno, que vive de ordinario lejos de su ciudad natal, le conmovió ver por televisión que el alcalde aún no ha talado la arboleda del Paseo del Prado ni ha cambiado a Neptuno de sitio para que pasen los coches por mitad de la plaza, pero le ofuscó el derroche de gasolina. Por lo demás, disfrutó viendo a toda esa gente joven a la que no le duele nada. Divino tesoro.

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Rafael Torres

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