El último artículo de Juan Varela en Estrella Digital titulado “Fin del sueño audiovisual autonómico”, plantea sus legítimas dudas sobre la viabilidad de estas cadenas. Nada de lo que escribe en él es falso, sino todo lo contrario. Sin embargo no puedo compartir sus conclusiones porque no contemplan el papel de instrumento social que desempeñan ni el factor humano de los trabajadores de estas cadenas.
Resulta innegable el principio por el que nacieron estas televisiones: ser vehículo vertebrador de las incipientes Comunidades Autónomas. Es cierto que los detractores utilizan el argumento de que únicamente resultan aceptables –y con matices- en aquellas regiones con idioma propio.
Yo me niego a aceptar esa simplicidad. El resto de televisiones cuyas regiones no tienen idioma diferente al castellano, tienen el mismo derecho a la existencia, pues se les dotó de una función extraordinaria como era difundir la diversidad social, las instituciones públicas y mecanismos democráticos desconocidos para la mayoría de los ciudadanos. Y en paralelo, ofrecer información cercana y propia de la que los centros territoriales de TVE habían dimitido. Solo la llegada de las autonómicas les hizo ponerse las pilas, aunque no mucho.
Negar esos principios fundacionales es negar la realidad de las televisiones autonómicas. Es cierto que tampoco se puede ignorar que, como el resto de estamentos y los propios ciudadanos, han estado por encima de sus posibilidades, en un sueño, y en eso tiene razón Juan Varela, que llega a su final. También es cierto que muchas de estas cadenas nacieron a imagen y semejanza de la TVE de la época, con lo que esto conlleva.
Ahora bien, el origen del crecimiento de la burbuja de las teles regionales no hay que buscarlo en su propio concepto ni en los valores antes mencionados, y menos todavía en los trabajadores como pretenden algunos.
La responsabilidad primera, última y única del final del sueño ha sido y es de los políticos –la mayoría- que han abandonado los principios para los que fueron creadas estas cadenas.
Basta retratar el ejemplo de Telemadrid que, obviamente, es el que más y mejor conozco. La madrileña, a diferencia del resto de autonómicas, estuvo durante largos años sin sede propia y creando una ingente deuda que a punto estuvo de llevarla a la quiebra técnica.
La acertada decisión de Gallardón, cuando fue elegido presidente de la Comunidad de Madrid, de nombrar directores generales a dos expertos y extraordinarios gestores, Juan Ruiz de Gauna y Silvio González, propició que la enorme deuda que había acumulada fuera menguando al tiempo que se reducían las subvenciones públicas y aumentaban los ingresos publicitarios. Estos excelentes resultados permitieron a Telemadrid adquirir el edificio de la Ciudad de la Imagen que era propiedad de otra empresa pública regional.
Por circunstancias que en esta columna no vienen al caso, el propio Gallardón decidió cambiar el perfil del director general y nombró a un periodista de reconocido prestigio, Francisco Giménez-Alemán, que prosiguió la línea de austeridad económica y, si cabe, profundizó más en la independencia respecto al poder político. Prueba de ello, es que en momentos tan delicados como el hundimiento de Prestige y la Guerra de Iraq, Telemadrid, su director general y quienes estábamos en el mismo proyecto, fuimos ejemplo de rigor, pluralidad, objetividad y, sobre todo, de honradez personal y profesional. Nuestra posición informativa fue la de estar al lado de los ciudadanos y no la de ser cómplices de los gobiernos.
Todo esto fue posible porque había directores generales, los anteriormente citados, jefes de informativos como Fernando González –columnista de Estrella Digital- y un presidente autonómico como Alberto Ruiz-Gallardón, que entendieron –entendimos- que Telemadrid era para los ciudadanos y no para los políticos.
Pero, como decía el poeta, “todo llega y todo pasa”.
Con la llegada de Esperanza Aguirre a la presidencia de la Comunidad, también llegaron las tinieblas y la jauría de comisarios políticos que ocuparon y ocupan todos los departamentos de la televisión.
A partir de ese momento Telemadrid dejó de ser el “canalillo” y se convirtió, y así sigue, en el aparato de propaganda de Aguirre y una empresa de colocación de los que habían salido de TVE o eran útiles para la “causa”.
O sea, trato de favor y preferente a productoras de amigos, contratación de periodistas procedentes de lo más oscuro de la caverna, manipulación informativa como eje de trabajo, sueldos –se acaban de conocer- escandalosos. Sin olvidar la existencia de redacciones paralelas: los periodistas veteranos de la casa castigados sin apenas ocupación, y afines contratados para mayor gloria del régimen.
Y sí, aquí si le doy la razón a Juan Varela. Toda esta gente ha pervertido y corrompido un proyecto con el que los ciudadanos se han sentido plenamente identificados.
De lo que se trata no es de suprimir las televisiones autonómicas, no. Lo que hay que hacer es echar a todos estos desaprensivos que no creen en el concepto de lo público y lo único que miran es su enriquecimiento.
Hay que optimizar, es cierto, recursos. Pero lo que debe quedar claro es que los trabajadores de las cadenas regionales no son responsables de los desmanes de estos sujetos.
Conclusión: las autonómicas son necesarias, pero bien gestionadas y sin amigos de lo ajeno a su alrededor.
¿Alguna de las cadenas existentes asumirían la información regional o local? No.
Alfonso García