Aquí en Washington, nuestros líderes parecen gobernar según los principios de los antiguos Brooklyn Dodgers: espere a la próxima temporada.
Los sufridos hinchas del equipo de béisbol se consolaban con esa frase después de cada fracaso en los mundiales. Y ahora legisladores y asesores políticos la utilizan para justificar su fracaso a la hora de hacer lo que se supone que tienen que hacer para solucionar los problemas del país.
«Lo venimos diciendo todo el tiempo: van a quedar algunas cosas para las elecciones», informaba a la prensa el secretario de la mayoría en la Cámara Eric Cantor en su rueda de prensa de la pasada semana. Hasta entonces, decía, el Presidente Obama debe de trabajar con los legisladores «de forma paulatina».
Al día siguiente, el Senador Republicano de Missouri Roy Blunt decía que «no hay mucho» que se vaya a tramitar en el Senado antes de las elecciones. «Me parece que el país se encuentra esencialmente en un período de espera económica», decía.
También Obama ha parecido estar dispuesto por momentos a esperar el fallo de los votantes, diciendo a Cantor durante las negociaciones presupuestarias que «Voy a dejar esto en manos del pueblo estadounidense».
Dentro de la lógica de aplazamiento al año que viene, los Republicanos están seguros de que sí pueden hacerse con el control del Senado, y puede que de la Casa Blanca, todos sus problemas estarán solucionados. Los Demócratas, aunque menos entusiastas con su propia suerte, piensan que sí pueden hacer algunos avances en la Cámara, y si Obama puede hacerse con una segunda legislatura, su programa tendrá un impulso renovado. Y por eso ambas partes acceden a la parálisis: una serie de leyes de financiación cortoplacistas y un supercomité que aplaza las decisiones más espinosas hasta después de las elecciones.
Pero el enfoque del aplazamiento pasa por alto una consideración crucial: los comicios de 2012, con independencia del resultado, no van a alterar el estancamiento que se ha apoderado de la ciudad.
Desde luego, si los Republicanos se hacen con la presidencia y el Senado el año que viene, estarán en una posición mucho mejor para derogar capítulos de la reforma sanitaria y desmantelar otros elementos del programa de Obama. Pero el verbo desmantelar es muy diferente al verbo hacer, e incluso según las proyecciones más optimistas para los Republicanos, los Demócratas todavía tendrán votos suficientes para atascar el programa Republicano en el Senado.
Para asegurarse una mayoría a prueba de veto legislativo, los Republicanos tendrían que hacerse con 13 escaños el próximo año en el Senado. Charlie Cook, el marcador electoral, predice que se harán con un número entre tres y seis. Hasta conservando todos sus escaños, derrotando a seis titulares Demócratas y haciéndose con los cinco escaños en el aire ocupados por Demócratas, les seguirán faltando dos escaños para los 60 a prueba de veto.
Más probablemente los Republicanos podrían tumbar a los senadores Demócratas moderados suficientes para hacerse con una mayoría estrecha — pero a continuación se enfrentarían a una minoría Demócrata más unificada e izquierdista. «Los Republicanos han demostrado desde luego su disposición a convertir el veto legislativo en el estándar práctico», decía un asesor de la cúpula Demócrata en el Senado, «de forma que tienen que sentar un precedente, inadvertidamente a lo mejor, para convertir su uso en una cuestión rutinaria».
El líder Republicano en el Senado Mitch McConnell parece captar esto en sus momentos más sinceros. Ha argumentado que un gobierno dividido proporciona «la ocasión con más probabilidades de éxito, y hay quien dice que la única, de hacer las cosas verdaderamente difíciles, porque las cosas verdaderamente difíciles hechas en apoyos partidistas no se pueden lograr» sin generar «una limpieza a las próximas elecciones».
Eso desde luego es cierto: si los Republicanos llegaran a ganar la Casa Blanca y el Senado y a continuación utilizaran ese poder para modificar el programa Medicare de los ancianos o la seguridad social sin el apoyo Demócrata, la represalia haría parecer gentil al movimiento fiscal.
Pero con la misma frecuencia, McConnell se deja arrastrar a la lógica de la espera, como cuando dijo que derrotar a Obama es «la cuestión más importante con diferencia que queremos lograr».
Signos parecidos empujaron a Paul Ryan, el secretario del Comité Presupuestario de la Cámara, a renunciar a un compromiso de deuda con los Demócratas en favor de un plan partidista que recorta el gasto público sin subidas tributarias. «Hemos de poner el acento» en las diferencias, decía Ryan, «para dar al país una verdadera elección» en 2012.
Pero los estadounidenses ya han dejado clara la elección, repetidamente: quieren que sus congresistas alcancen compromisos. En el nuevo sondeo Washington Post-ABC News, el 64 por ciento dice que los legisladores deben de atacar el problema de la deuda nacional con una combinación de recortes del gasto público y subidas tributarias. Pero sólo el 25% cree que los legisladores van a acceder a un plan así.
La falta de fe en que los legisladores van a hacer las cosas imprescindibles y evidentes contribuye en gran medida a explicar el motivo de que el Congreso tenga una popularidad del 14 por ciento. En este caso, las cosas buenas no se hacen esperar.
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Dana Milbank