domingo, noviembre 24, 2024
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Americanos, os recibimos con alegría

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Crecí en un arrabal madrileño levantado sobre campos de cereales, muy cerca del estadio del Real Madrid, a la vera del Paseo de la Castellana, que era entonces una carretera polvorienta que atravesaba la nada camino de Burgos. Bloques de viviendas rodeados de desmontes poblados por cardos borriqueros. Aquella barriada podía presumir, sin embargo, de varias colonias de chalecitos ajardinados, residencias veraniegas de la burguesía republicana, expoliados después por la rapiña franquista. Hoy en día aún se mantienen en pie, inexplicablemente salvados de la especulación y la piqueta. Son un reclamo más de uno de los distritos más exclusivos de Madrid. Una parte de estas casitas se utilizó en la década de los años 50 para albergar a los oficiales norteamericanos, que llegaron a la capital con el salvoconducto del convenio que Franco firmó con el presidente Ike Eisenhower en 1953. Aquella tropelía convirtió a España en una finca de los Estados Unidos, que plantó aquí varias bases con armamento nuclear apuntando al bloque comunista. No hubo enfrentamiento final y gracias a eso no terminamos todos convertidos en pescaíto frito. De uno de aquellos fuertes, el de Torrejón, tan cercano a la ciudad, procedían los yankees que habitaron las casitas de Chamartín.

Disponían de todo lo necesario para mantener el estilo de vida americano. Los que tuvieron la suerte de frecuentarles, contaban y no paraban: frigoríficos que enfriaban y fabricaban hielo, aspiradores de aire, lavadoras automáticas, máquinas de afeitar o secar el pelo; mantequilla, pan de molde, carne congelada, zumos embotellados y plásticos de mil colores. Otro mundo desconocido y aislado en la España triste y gris vecina de aquellos militares. Incluso, montaron para ellos un cine. Los mozalbetes del barrio pegábamos la nariz a la cristalera para contemplar otras maravillas: un artefacto del que salían pequeños copos blancos que se amontonaban en una vasija de cristal y a los niños USA zampándose un panecillo alargado del que sobresalía un embutido rarísimo. Terminamos por saber como se llamaban aquellos inventos: palomitas de maíz y perritos calientes. Llegamos incluso a probarlos, colándonos de la mano de los que limpiaban o descargaban cajas. Bebimos también aquel jarabe oscuro y dulzón al que llamaban Pepsi-Cola. Aquellos militones se paseaban en sus cochazos como los casacas azules del Quinto de Caballería por las praderas del Oeste.

Este episodio vital me ha venido a la memoria a raíz de la última sorpresa protagonizada por Zapatero. Estados Unidos ha negociado con el gobierno socialista la presencia de España en el dispositivo estratégico al que llaman “escudo antimisiles”. Zapatero se ha pasado por el arco de su agonía política el tratado de 1988, que Felipe González negoció a cara de perro con la diplomacia de Reagan. Fue tan complicado llegar a la firma, que Reagan reflejó en sus memorias el respeto que sintió por aquellos jóvenes nacionalistas españoles. Ahora vamos a permitir que la flota de la gran potencia amiga amarre en nuestras costas, para evitar posibles ataques de los enemigos de occidente. Otros piensan que se trata, en realidad, de seguir desde muy cerca los movimientos políticos que está provocando la primavera árabe. Aseguran que todo esto es muy bueno para los españoles. Que vuelvan con sus dólares y sus familias, con los artilugios más modernos, con sus mandos y sus marines, dispuestos a gastar y a dar trabajo a nuestros parados gaditanos de Rota. Volvamos a cantar aquella cancioncilla de “Americanos, os recibimos con alegría, olé mi madre, olé mi suegra y olé  mi tía” ¡Qué magnifica película podrían filmar Berlanga y Azcona si levantaran la cabeza! 

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Fernando González

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