Pintan bastos en el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y han dictado la inhabilitación durante dos años de un juez, porque cometió la terrible monstruosidad de amparar que un padre prolongase durante un día más la custodia de su hijo para que pudiese asistir a una procesión. Si el padre en lugar de llevarlo a una procesión le hubiera llevado a un partido de fútbol, lo menos le caen 20años, que es lo que pedía la acusación particular, y si llega a llevarlo a una misa de pontifical, igual lo meten en la cárcel, menudo debe ser el TSJA como para que le quiten la boina, quiero decir las puñetas.
La hipótesis de que los miembros del TSJA, antes de dictar sentencia hubieran asistido a una cata de vinos de Jerez y estuviesen bajo la influencia de una fuerte intoxicación etílica es algo que nunca se nos pasaría por la imaginación, de la misma manera que rechazamos que, por esas extrañas circunstancias de la casualidad, en el TSJA hayan coincidido el mayor número de magistrados tontos de la historia de España.
A todo esto la madre, que debe creer que una procesión está entre una carrera de fórmula 1 y un campo de concentración, preguntó si durante la procesión el niño podría haber bebido agua, preocupación lógica, debida al alto número de niños muertos de sed que ha habido en las procesiones en los últimos cien años.
La resolución del juez estuvo amparada en dos ocasiones por la Audiencia Provincial de Sevilla, hasta que llegó a las manos del TSJA, que sabe lo peligrosas que son las procesiones y que, por cierto, deberá inhabilitar otros dos años a los componentes de la Audiencia Provincial por complicidad en la prevaricación.
A todo esto el niño tiene 11 años, y gracias a su madre, a su padre y al TSJA, comienza a tener una visión sosegada de una sociedad donde el sentido común de los jueces y de la madre que le parió lleva a reglamentar con un cronómetro y a dirimir los asuntos domésticos, que antes se resolvían entre las familias, en unos tribunales que tienen decenas de miles de casos de graves delitos sin resolver.
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Luis del Val