domingo, noviembre 24, 2024
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Vinos facilones y qué

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El mundo del vino ha vivido en estos años su propia burbuja. Enólogos superestrellas de mucha corbata y poca visita a viñedos, catas rebuscadas que nadie entendía, pero irónicamente muchos alababan y de críticos endiosados por un consumidor que sólo buscaba vinos premiados. Ahora la crisis lo ha cambiado todo. Se ha abierto la caja de pandora, descubriendo que en España sólo se bebe 11 litros de vinos per cápita y eso contanto con los turistas que nos visitan, porque el españolito de a pié parece ser que no llega ni a los 9 litros al año. A pesar de este panorama tan catastrofista, hay muchos que
aún no se han enterado.

Hace unos días asistí a la presentación de las nuevas ñadas de Barcolobo, una bodega familiar ubicada en la provincia de Valladolid a orillas del río Duero. Un proyecto interesante, donde la prensa especializada pudimos probar la añada vigente en el mercado y algún adelanto. Cuando algunos nos decantamos por su vino más hecho, el de la ñada vigente, uno de los críticos me espetó que era un vino “fácil de beber”, como si fuera algo despectivo. ¿Para qué sino se elabora el vino?¿Para comerlo? Según parece el crítico para hacerse un hueco debe ir a contracorriente, denostar lo que al vulgo le gusta y premiar lo que sea difícil de beber. Y así nos corre el pelo. Parker, por ejemplo, uno de los gurús del vino más importantes del mundo, lleva años premiando marcas que en vez de uva, parece que llevan la fábrica de Ikea al completo, por toda la carga de madera de su crianza. Lo peor de todo es que los propios bodegueros, los que han arriesgado su dinero, su tiempo y su paciencia se han dejado llevar por estos encantadores de serpientes. Un vino podía estar imbebible, pero sí estaba premiado por algún crítico famosete, como que ya parecía mejor. Incluso, lo recomendaba a los amigos, porque no hay nada en el mundo más egocéntrico que sorprender a nuestros colegas con un vino no sabemos de dónde, cómo, cuándo o qué, pero premiado. Es como el cuento popular del Traje del Emperador, cuando un pícaro sastre engaña a todo un pueblo e incluso al propio emperador diseñando un traje “invisible” muy elegante. Nadie reconoce que no ven dicho traje y sólo un niño denuncia que el emperador va desnudo. El sector necesita este tipo de voces sin complejos, que normalicen el consumo de vino, que lo eliminen artificios y palabras vacías. El mejor vino no es el más caro ni el más premiado sino el que más se comparte, y por ello un vino “fácil de beber”, equilibrado y sin complicaciones es una forma perfecta de romper esta burbuja del vino.

María D. Nepomuceno

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