En la sede de campaña de Herman Cain en Iowa, el responsable de campaña en el estado Larry Tuel sostiene orgullosamente un cheque de 63 dólares recibido por la campaña esa mañana. Los ricos donan en cifras grandes y redondas. Una donación de 63 dólares es producto del cálculo exacto de lo mucho que da de sí el presupuesto familiar. Pasando revista al empujón súbito y espontáneo que ha convertido a Cain en el favorito en Iowa, Tuel dice: «En lo que a mí concierne, los comités pueden celebrarse mañana».
La posición de liderazgo de Cain no se ganó a través de la organización. Casi no ha pasado por el estado desde el sondeo a pie de una del 13 de agosto en Iowa. Su plantilla remunerada, que ha bajado de seis a cuatro personas, es escasa al extremo de lo demacrado. De 20 a 30 voluntarios quizá de Iowa hacen llamadas a los posibles asistentes a los comicios. Se trata de una operación política más reducida que ciertas campañas estatales a la Cámara.
Lo que suscita una duda: ¿Ya no importa en Iowa la organización, contratar personal de campo, pedir apoyos, plantar carteles? Los esfuerzos de Michele Bachman por ganar el resultado del sondeo, protagonizados por la actuación de Randy Travis, produjeron exactamente una jornada de cobertura positiva en la prensa. Las primeras inversiones fuertes de Tim Pawlenty en Iowa sólo lograron elevar expectativas que no satisfizo. Hace cuatro años, Mitt Romney contó con la mejor organización en la historia de los comités de Iowa, cosa que no detuvo a Mike Huckabee.
La política de Iowa tiene una elevada densidad. Alrededor del 30 por ciento de los electores Republicanos de Iowa se han pasado de Bachmann a Rick Perry pasando por Herman Cain, en busca de la alternativa contra-institucional a Mitt Romney. Como sus predecesores, Cain tiene ahora oportunidad de cristalizar el descontento conservador. Posee un estilo animado y una poderosa historia personal. Pero debería preocuparse de haber llegado a la cima demasiado pronto. 10 semanas de tropezones y aclaraciones confusas es mucho tiempo en política. «Parte de la otra cara que tiene ser objeto de atención», me decía un antiguo funcionario Republicano en Iowa, «es ser objeto de atención». Candidatos como Newt Gingrich y Rick Santorum todavía esperan que los mercúricos comicios Republicanos les pasen de largo.
Perry, la esperanza conservadora anterior, intenta una recuperación política con la medicina tradicional de Iowa. Más que cualquier otro candidato, está levantando una importante representación en el estado, tratando de reclutar a un representante al menos de cada uno de los 1.700 distritos de Iowa que oriente a los indecisos la noche de los comicios. En un acto al que asistí celebrado en una explotación agrícola de Cedar County, Perry desplazó más personal de campaña del que tiene Cain destacado en el estado.
En persona, Perry tiene puntos fuertes políticos que no son evidentes en su actuación en los debates. Se le dan bien los pequeños grupos, estrechar manos con una mirada directa a los ojos y una mano en el hombro. Su discurso político estándar es más sustancial que la mayoría de los de sus rivales, poniendo el acento en un tipo fiscal fijo y la legislación energética. En lo que se refiere a la Segunda Enmienda, es aficionado a la caza hablando en serio, una ventaja en esta parte del país. Tiene dinero suficiente para contratar anuncios en televisión.
Perry probablemente mejore sus actuales resultados en Iowa. Por desgracia, una encuesta reciente le sitúa en el seis por ciento, dejando en el aire que todavía pertenezca a la cabeza del pelotón de candidatos. En los círculos conservadores de Iowa, sus opiniones relativamente moderadas en materia de inmigración juegan en su contra. Aún más nocivo es que muchos Republicanos de Iowa se echen a temblar ante la perspectiva de un debate Perry-Obama.
Todos los candidatos que no responden al nombre de Romney (a excepción de Jon Huntsman) sufren el mismo problema: tienen que unir a los conservadores y ganar en Iowa.
Romney, por el contrario, solamente tiene que satisfacer las expectativas. Y está en posición idónea. Su apoyo parece sólido en la parte baja de los veintitantos, compuesto sobre todo de votantes Republicanos regulares que es improbable que huyan a las alternativas. Sus vulnerabilidades legislativas son considerables pero ya conocidas. Sus orígenes religiosos conllevan ciertos beneficios. La comunidad mormona de Iowa es reducida, la campaña de Romney la sitúa en los 17.000 fieles en edad de votar, pero son comprometidos y probablemente participaran en bloque en una noche inclemente.
Y aunque Romney está mucho menos presente en Iowa esta vez que la última, se saltó el sondeo y viene administrando sus apariciones públicas en el estado, cuenta con la ventaja de tener una estructura política montada con antelación. Su infructuosa campaña generosamente financiada de hace cuatro años dejó atrás una red de incondicionales. «No se ha tardado mucho», dice un agente de Romney, «en reunir al grupo de nuevo». De forma que a lo mejor reviste algún beneficio levantar una representación política en Iowa, aunque sea para futuros usos cuando las esperanzas son más modestas.
La tragedia política de Iowa se centrará en el lugar donde recaiga el acento político de los comicios Republicanos finalmente. Pero es la estrategia de Romney, insípida e inexorable, la que puede llevarse la noche al agua.
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Michael Gerson