La falta de resonancia emocional, esto es, de empatía, de capacidad para la compasión, tiene poco que ver con la inteligencia y absolutamente nada, desde luego, con la inteligencia emocional, de suerte que la habilidad de los imputados por la desaparición y muerte de Marta del Castillo para ocultar el paradero de sus restos no supone que gocen, sino antes al contrario, de un alto cociente intelectual. Supone, solo, que han visto muchas películas y que sus abogados les instruyen adecuadamente. Si tuvieran alguna inteligencia, ya que no piedad, sabrían que no son solo los padres de la víctima los que necesitan el hallazgo del cuerpo para completar el duelo y descansar: ellos mismos llevan, en tanto no aparezca, el espectro de su rostro adolescente superpuesto al suyo propio. Ahí está, y ahí la vemos, y no hay agua ni jabón ni ácido que la borre, la faz de Marta, acusándoles permanentemente.
Sorprende que tres desgraciados, pues ya hay que serlo para matar a una niña o para colaborar en su muerte o en su desaparición, tengan en jaque a la Policía y a la Justicia, incapaces ambos de sacarles la verdad. No debería sorprender tanto: el derecho y las garantías penales limitan, como es natural, la presión que puede hacérseles para que canten, y, más definitivo aún, los imputados no son personas enteramente de verdad, pues carecen o tienen muy disminuida la conciencia y, por consiguiente, la función del arrepentimiento. Eso les hace fuertes, pero no inteligentes. Vieron en las películas que si no hay cuerpo no hay delito, y en eso andan, como si no viéramos el cadáver de Marta cada vez que les vemos a ellos.
Otro hermético, el padre de los niños desaparecidos en Córdoba, parece ir de lo mismo. A éste pretenden hacerle pasar por loco, pero loco o no, eso es irrelevante, pues su locura sería del género de las que se transfieren íntegras a los demás. Se pide, en fin, un relato veraz y coherente al Cuco, a Carcaño, a Samuel, a José Bretón, que mitigue el sufrimiento de los allegados a las víctimas. Acaso se les pide demasiado para lo poco que son. Que no se duerma, pues, la policía, que se juega su prestigio en la búsqueda de Marta y de los hijos de Bretón.
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Rafael Torres