Mariano Rajoy ha descubierto la fórmula para acabar de raíz con el paro: haciéndonos todos empresarios. Así, tendremos el empleo asegurado, a menos que en un arrebato o en un ERE nos despidamos a nosotros mismos. Ya se venía oyendo hablar a los del PP, pero también a algunos del PSOE, de los «emprendedores», de lo importantísimos que son, de lo conveniente que es que se haga «emprendedor» uno, pero ahora Rajoy ha ido un poco más allá y nos invita, directamente, a hacernos empresarios. Tan radical es su propuesta, que a los primeros que quiere convertir en empresarios es a los propios parados. ¿Que cómo? Muy sencillo: pidiéndoles que se gasten el subsidio de desempleo, en vez de en comida, en ropa o en pañales, en hacerse empresarios. Con ese dinerito del paro pueden alquilar un despacho, o un local, y hacerse con un par de ordenatas, y con un perchero vertical de esos con bolas que hay a la entrada de todas las oficinas, y con folios con membrete, y con corbatas, y, en fin, con todo lo que se necesita para ser un empresario lo más emprendedor posible.
Por muy increíble que parezca, el dueño de esta idea no sólo se presenta candidato a presidente del gobierno, sino que es muy probable que le elijan y acabe siéndolo. O, a lo peor, ha sido una lástima no haberle votado en masa antes, pues de haberlo hecho, ahora no tendríamos cinco millones de parados, sino cinco millones de nuevos y flamantes empresarios. Como nadie sería currito, pues traería mucha más cuenta ser jefe, nadie sembraría ni recogería la mies, ni daría forma a los objetos con la cizalla y el troquel, ni arreglaría los grifos que siempre gotean, ni ordeñaría las vacas, ni desasnaría a los escolares, ni baldearía las calles, ni conduciría los autobuses, ni operaría de la vesícula, pero, ¿qué necesidad hay de todo eso si podemos vivir tan divinamente comiendo cocochas en los restaurantes de lujo, pasar las horas muertas viendo catálogos de cochazos y, sobre todo, jugando al pádel?
Nunca fue el partido de Rajoy más popular que ahora, que quiere convertir al pueblo, esa cosa tan rústica, en una descomunal partida de empresarios.
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Rafael Torres