Se comentaba que el lobo acechaba, pero los restaurantes estaban llenos, y el personal programaba cruceros con esa seguridad que proporciona saber que siempre hay desconfiados que ven lobos donde a lo mejor sólo es la sombra agrandada de un zorro huidizo. Se decía que venía el lobo -¡hace ya casi cuatro años!- pero los llamados líderes sociales actuaban como si todo ello fueran rumores y, en el fondo, casi todos sentimos una cierta reverencia a las personas que están en lo alto de la pirámide, sin reflexionar en qué es cierto que son muchas las personas que pueden ser ministros, presidentes de gobierno, líderes sindicales o presidentes de un banco. El lobo, no obstante, iba atacando, mordió a casi cinco millones de personas, pero a pesar de ello los que tenían empleo, los que no observaban que en el aparcamiento de la fábrica hubiera peligro, los que seguían manteniendo abiertos los pequeños comercios, porque las ventas bajaban, sí, pero no de manera espectacular, creyeron que los vigilantes concluirían por ahuyentar al lobo y todo sería como antes.
Bueno, pues el lobo ya está aquí. Los que de verdad tienen delante las cuentas, ya han dicho que del estancamiento pasamos a la recesión, y de la recesión a la severa recesión. Eso significa, no ya que será casi imposible que el que está en el paro pueda encontrar trabajo, sino que bastantes de los que lo tienen, y creen permanecer en un lugar inexpugnable, se puedan encontrar negociando su despido. Y hay dos factores terribles: el primero, que todavía hay quienes aseguran que la presencia del lobo es una amenaza que pasará pronto. Y, la segunda, que la única alternativa que se nos ofrece consiste en salir a vociferar a la calle, y plantar una tienda de campaña en un lugar donde es difícil ir a mear y ducharte. Parece que los griegos están en ello, y no se observa que hayan encontrado la solución, porque al lobo las huelgas le dan risa.
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Luis del Val