Como las desgracias nunca vienen solas, en Grecia se ha producido un brote de malaria, la enfermedad que fue erradicada de Europa hace cincuenta años. No se trata de que los afectados, más de sesenta personas, pillaran la dolencia en algún exótico viaje de vacaciones, que no andan las cosas en Grecia para exotismos, sino que fueron mosquitos anófeles locales, europeos, los que les han transmitido la enfermedad. Claro que, salvando las distancias, esos anófeles son angelitos al lado de quienes andan chupando la sangre a la gente, a las naciones, e inoculándoles los tósigos de la miseria y la desesperación.
Acaso Papandreu no quiera pasar a la historia como el político que hundió a Grecia, y pretende, con su referéndum, colegiar las responsabilidades y las culpas, extendiéndolas al conjunto del pueblo, que, o mucho me equivoco, o votará masivamente que no o lo que sea que haya votar para el repudio de los «ajustes» leoninos que le pretenden imponer. Sin embargo, y sea cual fuere la retranca que esconde el designio de Papandreu, la convocatoria de la consulta popular es, por mucho que horrorice a la casta política sometida a «los mercados», la primera cosa digna y razonable que se oye desde que los ricos del mundo dieron sus «golpes de estados». Bajo los cabildeos de la Merkel con Sarkozy, y del Banco Central Europeo, y del FMI, y de la Bolsa, y de los especuladores, se hallan, al parecer invisibles, las tragedias personales de millones de ciudadanos, a los que, encima, les ataca de malaria, y seguramente, por cierto, debido a alguno de los tajos o recortes en los controles sanitarios del país.
Es muy probable que en Grecia, como aquí, la gente se creyera que lo de Europa y el euro era un atar los perros con longaniza ibérica, así como que institucionalmente el país haya sido, como aquí también, un sindiós y un cachondeo, pero no lo es menos que el referéndum propuesto es la única herramienta de que disponen los griegos para, acierten o se equivoquen, no sentirse bultos ni triste mercancía. Tiemblan los bancos ante una consulta popular. Es lógico.
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Rafael Torres