domingo, noviembre 24, 2024
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Cain se suelta el pelo

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El Hermanador es ahora el acorralado.

Herman Cain, el improbable candidato presidencial Republicano convertido en favorito, ha hecho todo al revés desde que se conociera la noticia la noche del domingo de que su antiguo jefe había pagado a dos mujeres para cerrar las quejas de acoso sexual en su contra.

Cain lo negó. Dijo que las damas no entendieron su sentido del humor. Dijo que sus acusadoras se habían inventado las acusaciones. Dijo que no se acordaba de los detalles, de pronto se acordó después. Dijo no tener conocimiento del acuerdo, y luego de pronto recordó algunos detalles, que resultaron ser enormemente moderados. Públicamente predijo que surgirían más acusaciones. Se quejó de sus rivales, aulló sobre el racismo, y acusó a los medios y al municipio de Washington entero de intentar hacerle la cama.

La mañana del miércoles, elevaba un poco más el tono de la paranoia. «Hay facciones que tratan de destruirme a nivel personal, y a esta campaña», anunciaba, desvelando esta conspiración a un grupo de ejecutivos de las tecnológicas en el Ritz-Carlton de Tysons Corner, Virginia.En su próxima parada, un hotel Hilton de Alexandria, el candidato amistoso quemó finalmente sus naves — y la escena alcanzó rápidamente cotas de violencia. Empezó cuando un periodista preguntó a Cain si iba a liberar a sus acusadoras de los acuerdos de confidencialidad.

«No voy hacer declaraciones de ello», cortó Cain, «de forma que ni se moleste en hacerme todas esas otras preguntas por las que tanta curiosidad tiene. ¿Vale? Ni se moleste».

«Es una buena pregunta», apuntó el periodista. «¿Le preocupa?» preguntaba otro.

Evidentemente sí. «¿Qué he dicho?» abucheaba a la prensa, intentando luego poner orden al grito de: «¡Perdón. Perdón! «¡PERDÓN!» En ese extremo, sus guardaespaldas empezaban a repartir codazos y empujones entre prensa y fotógrafos. «¡Atrás!… ¡No empuje!… ¡Empujar va contra la ley!… ¡Cuidado!… ¡Contrólese!» En el barullo, un joven y su padre acabaron contra una pared.

El desencuentro de su campaña con la prensa de Washington probablemente no cause ningún perjuicio a Cain entre sus partidarios de Iowa; de hecho, es probable que ayude. Pero la pérdida de control por parte de Cain es un recordatorio del motivo de que nunca vaya a ser presidente, sin importar lo mucho que ascienda en los sondeos de las primarias Republicanas.

Su apuesta presidencial pretendía ser una diversión, probablemente una jugada para elevar sus honorarios en concepto de conferencias y las ventas de sus libros, granjeándole quizá un asiento de colaborador en los informativos del cable. Al principio se apuntó a la broma, explotando el proceso de las primarias e inventando políticas sobre la marcha. Bebía durante las comparecencias públicas, hasta a primera hora. Permitió la emisión del aberrante anuncio protagonizado por su jefe de gabinete fumando. Saludaba a las periodistas con «Hola cariño» y puntualmente las abrazaba. Sus asesores celebraban sus salidas de tono en un memorando de precaución dirigido a los ayudantes que viajan en un vehículo con el candidato: «No se habla con él a menos que se dirija a ti primero».

Era, muy en el fondo, una premisa ridícula: que un caballero que, en calidad de antiguo responsable de una de las grandes patronales de Washington en el corazón de la cultura de presión política de este municipio, protagonizara una campaña como el político advenedizo definitivo. Afirmaría que postularse a la presidencia «no se contempló hasta después de ser investido el Presidente Obama» — aunque Cain se había presentado con anterioridad, en el año 2000.

Pero al igual que el Duque de Grand Fenwick de la comedia de Peter Sellers «El rugido del ratón», Cain acabó triunfando contra todas las dificultades. «Nos sorprendió que nos fuera tan bien y tan rápido», reconocía a los líderes del sector privado en Tysons Corner.

Pero ahora, bajo la lupa producto de ser un candidato entre los favoritos, el ladrido de Cain se ha puesto difícil. El candidato del buen rollo anda rugiendo y dando gritos, y obviamente no disfrutando.

«¿Puede decirnos el motivo de que perdiera los estribos esta mañana?» preguntaba el periodista de Fox News Chad Pergram al candidato al llegar al Capitolio con motivo de una vista para discutir la sanidad pública con los legisladores.

«¿Un caballero cuya organización pagó 35.000 dólares a una mujer para guardar silencio debe ser presidente?» preguntaba Luke Russert en la NBC.

Esta vez, Cain los ignoró. A medida que la formación iba entrando en la audiencia, su seguridad reanudó los empujones y los codazos, impidiendo acceder a la estancia a los becarios y la prensa. Al ser increpado, el guardaespaldas se explicó: «Yo hago las normas».

Ha dejado de hacerlas.

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Dana Milbank

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