Si creía que las cosas en el curioso caso de Herman Cain no se podían poner más raras, considere esto: las acusaciones de acoso sexual más recientes presentadas en su contra en un edificio llamado El Monasterio.
No es ningún monasterio real. Es el sobrenombre que recibe la sede del Friars Club, una institución neoyorquina dedicada a lo que llama «humor obsceno». Y obscenidad es justamente lo que tuvo la prensa al saturar la estancia la tarde del lunes para escuchar las denuncias de una cuarta mujer que afirma que el candidato presidencial Republicano se propasaba con las damas.
La omnipresente picapleitos de los escándalos Gloria Allred presentaba a la Mujer No. 4, Sharon Bialek, de la mano y la acompañaba hasta el enorme enjambre de micrófonos. «Se puso en contacto con el señor Cain para solicitar ayuda para encontrar otro empleo», decía Allred. «El señor Cain decidió en cambio proporcionarle su idea de un estímulo».
La risa grosera llenaba la estancia. Bialek abrió los ojos. Por fortuna, no retomó la broma de las medidas de estímulo, pronunciando en su lugar un relato calentorro de lo sucedido en los exteriores de la Asociación Nacional de Restauración, donde Cain trabajó hace más de una década. «Aparcó el vehículo al final de la manzana», recordaba ella. «Pero en lugar de entrar en el edificio, de pronto extendió el brazo y puso su mano sobre mi pierna bajo la falda y tocó mis genitales. También me agarró la cabeza y la llevó hacia su entrepierna».
El testimonio triunfó instantáneamente al dar a la campaña 2012 el momento sórdido equivalente al vello púbico en la lata de cocacola del escándalo Anita Hill. Y ninguno de los aludidos sale particularmente bien parado.
La campaña Cain reaccionaba con negativas tajantes de «más falsas acusaciones» y con un tuiteo sarcástico: «Bienvenida a la campaña, Gloria Allred. ¿Qué es lo que te retrasó tanto?» Periodistas conservadores como Michelle Malkin y Rush Limbaugh atacaban inmediatamente a la acusadora. («Bialek, la ele se pronuncia como ‘lameculos'», decía Limbaugh haciendo el sonido de sorber la sopa).
Queda por ver a dónde va a llevar el escándalo de acoso y a la quijotesca candidatura de Cain lo que salga de Bialek, la primera de las acusadoras de Cain en salir a la luz pública. Antes de esta acusación más reciente, el escándalo no había causado grandes daños a Cain. Según el sondeo NBC News/ Wall Street Journal llevado a cabo entre los días 2 y 5 de noviembre, apenas el 13 por ciento de los Republicanos dice haber prestado «gran atención» o «alguna atención» en relación a votar a Cain. El 54 por ciento dice que no les preocupa y otro 15 por ciento dice estar «algo» preocupado.
Allred, sin embargo, se disponía a cambiar eso. La picapleitos, que como señalan los conservadores dona generosamente a las campañas Demócratas, decía durante su presentación de Bialek: «Si todas estas acusaciones de todas las mujeres que han hablado son ciertas, entonces yo, por mi parte, estoy asqueada del acoso sexual en serie de Cain a las mujeres».
Bialek, presentada como votante Republicana registrada, parecía algo más genuina que su picapleitos del famoseo. Describía la forma en que, cuando acudió a él pidiendo ayuda para encontrar empleo, él la pasó de su habitación en el Capitol Hilton a una suite y a continuación se la llevó a cenar a un italiano antes de llevar a cabo las maniobras no solicitadas dentro del vehículo. Cuando ella le pidió que quitara la mano, recordaba Bialek, «El señor Cain dijo: ‘¿quieres un trabajo, no?'» Ahora Cain es el que quiere un empleo, y su acusadora daba algunos consejos al aspirante. «América está horriblemente agitada», decía. «Nos hace falta un líder que sepa dar ejemplo… Señor Cain, se lo imploro, haga esto bien para que el país y usted puedan avanzar y centrarse en las verdaderas cuestiones por delante».
Por supuesto, pocas personas, partidarios o detractores, esperan realmente que Cain se convierta en el candidato Republicano; ha puesto de manifiesto repetidamente que carece de las habilidades y de la organización que hacen falta para hacerse con la candidatura.
Pero por desgracia, ahora mismo, la cuestión por delante es dónde han estado las manos de Herman Cain antes de ir al pan.
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Dana Milbank