Cerca de 11 millones de espectadores siguieron el debate entre Rubalcaba y Rajoy a través de la televisión. La medición no incluye a las personas que estuvieron pendientes del cara a cara entre los dos políticos siguiéndolo por la radio o en las redes sociales. En el anterior debate (Zapatero Vs Rajoy) fueron alrededor de 13 millones los telespectadores. ¿Qué nos indican estas cifras? En primer lugar, que la política interesa. Sea como reflejo de la crisis económica que padecemos, sea por obra de otro tipo de impulsos, lo cierto es que la gente no se desentiende de la cosa pública. En ese sentido, el debate habría cumplido uno de sus cometidos: hablar a la gente de los problemas que tiene, no de los líos en los que andan metidos los políticos.
De ahí que la intervención de Mariano Rajoy estuviera centrada en el paro, su origen, consecuencias -cinco millones de vidas angustiadas- y posibles formas de atajarlo en caso de ganar el PP las elecciones, mientras que Alfredo Pérez Rubalcaba, antiguo miembro del Gobierno que no supo acertar con las medidas para enfrentar la descomunal caída del empleo, optara por atacar a su rival con preguntas más propias de un aspirante a gobernar que alguien que venía de ser vicepresidente y ministro. Por decirlo gráficamente: Rubalcaba debutó como líder de la futura oposición parlamentaria avanzando la que, si las encuestas no se equivocan al pronosticar una victoria amplia de los populares, serán las sesiones de control al Gobierno presidido por Mariano Rajoy.
En ese sentido, el debate fue muy ilustrativo porque, como digo, Rubalcaba dio por sentado que Rajoy sería el próximo inquilino de La Moncloa, situándose él, ya, en el papel de líder de la oposición parlamentaria. Oposición necesitada de un buen Grupo Parlamentario. Por eso se dirigió a su parroquia animándola a que el próximo día 20 no se quedara en casa, invitándola a que perdonaran los errores del Gobierno de un Rodríguez Zapatero a quien ni siquiera mencionó a lo largo de la hora y media que duró el debate.
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Fermín Bocos