José Sócrates en Portugal, Brian Cowen en Irlanda, Yorgos Papandreu en Grecia, Silvio Berlusconi en Italia, José Luis Rodríguez Zapatero en España… La lista de primeros ministros que los mercados, cebados con la deuda de los respectivos países, se han llevado ya por delante o están a punto de conseguirlo, impresiona.
Impresiona en la medida en la que es la evidencia de una novedad no contemplada hasta ahora en los manuales de teoría política. Para nadie es un secreto que el poder del dinero es un componente esencial del poder a secas, pero hasta ahora, en los países de tradición y usos democráticos, la política era quien acostumbraba a tener y decir la última palabra.
A la vista está que los tiempos han cambiado. Tanto como para poder afirmar que es la economía la que ocupa el lugar de la política. Y por eso decide el rumbo de ésta. Sin control alguno, sin contrapesos. Frente a la globalización de la economía, los países pequeños comparecen indefensos. De ahí la pertinencia de establecer algún tipo de contrapeso capaz de equilibrar las acciones especulativas concertadas que pueden desestabilizar a un país o a un conjunto de países como viene sufriendo en los últimos meses la Unión Europea.
Hablo de crear instrumentos fiscales, tipo la conocida como «tasa Tobin» que grava con un pequeño porcentaje determinado tipo de operaciones financieras. Nicolás Sarkozy, presidente de Francia, intentó, lo llevó sin éxito a la agenda de la reunión del G-20 celebrada hace unos días en Cannes. Ni Washington ni Londres están por la labor. Mucho me temo que el enérgico «Sarko», pueda ser el próximo en la lista de los «diez negritos»; la lista de víctimas del «diktat» de los mercados. Mal asunto.
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Julia Navarro