Diríase que el cáncer de la corrupción en España no merece para los dos principales candidatos a la presidencia del gobierno ni la consideración de simple resfriado: ni una palabra sobre ello en el debate. Persuadidos de que el saqueo de los fondos públicos no lleva aparejado reproche electoral alguno, cual ya dejó establecido Jesús Gil y Gil con sus mayorías absolutas mientras se hinchaba a robar a los mismos que le votaban en masa, Rubalcaba y Rajoy escenificaron de consuno el dontancredismo, la imperturbabilidad, la indiferencia, hacia esa práctica particularmente delictiva de robar lo que ha de custodiarse. PP y PSOE, sus partidos, acumulan cientos de casos de corrupción descubiertos en sus filas, algo más el primero que el segundo ciertamente, y miles, tal vez, que ni han llegado ni llegaran a descubrirse, a menos que la Justicia impere alguna vez, recta, diligente y libre, en España.
El caso Palma Arena de Jaume Matas, del que parece derivarse alguna implicación de las extrañas empresas de Iñaki Urdangarin, ex jugador de balonmano devenido en duque, describe perfectamente la naturaleza y usos de esa corrupción institucional que lo mismo se inventa un velódromo inútil, o un fórum disparatado de lo que sea, o unas torres invisibles o un aeropuerto sin pasajeros ni aviones con tal de mover sumas fabulosas de las arcas públicas para que, con el movimiento, se desprendan de ellas suculentos picos para los corruptos vivientes. Las actuales sospechas sobre José Blanco en el caso Campeón, según las cuales podría haberse lucrado ilícitamente en un turbio asunto de tráfico de influencias, están por comprobarse, pero ¿no es también una suerte de corrupción que uno de los principales responsables de la cosa pública lleve a sus hijos a un colegio privado? Ni Rajoy ni Rubalcaba se acordaron de la corrupción, o sí se acordaron y por eso no dijeron ésta boca es mía. ¿Qué iban a decir si el propio debate en el que participaban había costado la enloquecida cantidad de cien millones de pesetas? Casi a precio de los fórums de Urdangarin.
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
Rafael Torres