Herman Cain niega que acosara sexualmente a unas mujeres a lo largo de los años, pero no hay excusa para el acto obsceno que hizo su campaña la semana pasada a un caballero.
Después de que Karen Kraushaar se presentara como una de las mujeres que acusaba al candidato presidencial Republicano de conducta inaceptable en el lugar de trabajo, el jefe de gabinete de Cain, Mark Block, decía al periodista de Fox News Sean Hannity que «Hemos averiguado que el hijo de ella trabaja en el Politico» — la publicación que sacó a la luz primero la trayectoria de acoso sexual de Cain.
«¿Lo habéis confirmado?» preguntaba Hannity.
«Confirmamos que él trabaja realmente en el Politico y que ella es su madre, sí», decía Block.
En realidad, Josh Kraushaar lleva 17 meses sin trabajar en el Politico — y no tiene ningún parentesco con Karen Kraushaar.
Contemplando a la campaña Cain echándose este farol, me acordé de que la campaña de George W. Bush en el año 2000 iba a acompañar la presidencia Clinton de una era de «responsabilidad personal», un tiempo en el que la gente dejaría de pensar que «si tienes un problema, pasa el muerto».
La era de la responsabilidad personal, si es que comenzó alguna vez, desde luego acaba con las primarias presidenciales Republicanas de 2012. Los candidatos achacan sus problemas a los medios de comunicación, a la élite, a los Demócratas, al estado y entre sí, pero nunca a ellos mismos. En esencia, los Republicanos adoptan ahora posturas que poniendo el acento en las inquietudes de grupos sociales concretos, ellos deploran cuando son los Demócratas los que lo hacen; fingen ser la minoría perseguida y discriminada a causa de la raza, la religión o la ideología.
En el debate de la semana pasada entre los candidatos Republicanos, el Gobernador de Texas Rick Perry acabó esencialmente con sus esperanzas presidenciales cuando tuvo problemas durante casi un minuto de intento fallido para recordar la tercera de las tres carteras que iba a desmantelar. Inmediatamente culpaba a los medios de comunicación, y al gobierno federal. «Ello contribuye a demostrar simplemente que hay muchísimas agencias federales que sobran», escribe su campaña en un correo electrónico enviado a los partidarios. El correo electrónico solicita a los activistas que ignoren el episodio «mientras los medios exprimen esto».
Se trata del mismo Rick Perry cuya esposa dijo, mientras su marido caía en las encuestas a causa de sus débiles actuaciones en los debates, que el matrimonio estaba «siendo duramente castigado por nuestros rivales y por nuestro propio partido. Gran parte de eso, me parece, se debe a que le tienen inquina a causa de su confesión». Preguntado por la acusación de prejuicios religiosos, Perry decía: «Voy a coincidir con mi mujer».
Newt Gingrich, a su vez, considera que hay beneficio en culpar de sus problemas a los medios. En el debate de la semana pasada, prolongaba su práctica de atacar a los moderadores, ridiculizando al periodista de la CNBC que hacía las preguntas y afirmando que la prensa «no está informando con precisión» de la situación económica. También ha acusado a los moderadores del debate de Fox News de incluir preguntas «con trampa», e informaba a un moderador del Politico de que «francamente, no estoy nada interesado en vuestra iniciativa encaminada a enfrentar a unos Republicanos con otros».
Entre el elenco de candidatos conservadores restante, la culpa se ha repartido con generosidad. Mitt Romney, ex gobernador de Massachusetts, ha achacado los problemas de su reforma sanitaria «Romneycare» a su sucesor, un legislador Demócrata. Antes de abandonar la campaña, Tim Pawlenty, antiguo gobernador de Minnesota, culpaba de igual forma a su sucesor Demócrata de los problemas presupuestarios que había cuando él abandonó la gobernación. La tocaya de Minnesota de Pawlenty, Michele Bachmann, se ha pasado cuatro pueblos, culpando a los políticos de Washington de un terremoto y de un huracán. Estaba bromeando, dice su gabinete.
Pero nadie sabe buscar culpables como Cain. Cuando las acusaciones de acoso sexual salieron a la luz por primera vez, culpaba a las acosadas por «no entender su sentido del humor». A continuación culpaba a «una caza de brujas». Después dijo que «la campaña de Perry ha montado de la nada este espectáculo». (La campaña Perry, a su vez, culpaba a la campaña Romney). Cain achacaba sus problemas a «la cultura de la capital», antes de desplazar la culpa a «la maquinaria Demócrata de América». Naturalmente culpaba a los medios de comunicación, logrando vítores en el debate por denunciar que la prensa intenta juzgarle «en tribunales populares apoyados en acusaciones infundadas».
Cain llegaba a jugar la misma baza racial cuyo uso en manos Demócratas condena, fingiendo ser víctima por ser un conservador negro. Un colectivo de partidarios de Cain denunciaba «un linchamiento tecnológico», y la tertuliana Ann Coulter culpaba al estratega de Obama David Axelrod por difundir masivamente las acusaciones de acoso sexual.
Como si los Demócratas no estuvieran soñando con tener a Cain como candidato del Partido Republicano… Pero la lógica interpreta un papel secundario en esta nueva era de culpabilidad. El falsamente acusado Josh Kraushaar escribía la pasada semana: «De mi experiencia personal puedo decir que hace falta una difamación personal flagrantemente imprecisa para que la campaña Cain asuma sus errores».
Ni siquiera en ese caso se puede estar seguro.
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Dana Milbank