domingo, noviembre 24, 2024
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El circo fiscal de Europa

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Tras tantos meses contemplando los disparates económicos de Europa, apreciamos mejor el mérito de la respuesta bipartidista de América a la gran crisis de 2008. Si los europeos hubieran gestionado sus problemas igual que Estados Unidos hace tres años, el mundo económico no daría vueltas como un yoyó. 

Los Estados Unidos superaron los aprietos de 2008 y 2009 porque los responsables de ambas formaciones tomaron buenas decisiones y las respaldaron con hechos. Los europeos, por el contrario, siguen vacilando simplemente. Se fijan objetivos que no pueden cumplir y luego se quedan mirando mientras los agentes económicos los van invalidando. 

Apostar a la incompetencia económica europea lleva siendo una actividad de éxito asegurado los dos últimos años ya. Si supone que los europeos no van a llevar a la práctica las soluciones que prometen, entonces ganará dinero. Un tipo presuntamente despierto que responde al nombre de Jon Corzine, antiguo gerente de Goldman Sachs, vaticinó convencido que los títulos de deuda europea iban a tocar fondo y remontarían. Error. Su empresa, MF Global, está hoy en quiebra.

Sabremos que Europa sale de su caos en el momento en que los huraños corredores se vean sorprendidos a contratiempo. Los euro-pesimistas deberían de estar modestamente inquietos porque el nuevo primer ministro griego, Lucas Papademos, sea un ex banquero que entiende realmente la economía, y porque el nuevo responsable del Banco Central Europeo, Mario Draghi, también tiene experiencia en mercados financieros. 

Pero hasta que la cúpula política del núcleo de Europa — y eso significa realmente la canciller alemana Ángela Merkel — no esté dispuesta a crear una eurozona que de forma convincente garantice «la solvencia y el crédito integrales» de sus socios, este circo seguirá adelante. 

Merkel ha elegido, en cada ocasión, un rumbo condenado al fracaso. Extiende rescates a las economías arruinadas de la periferia de Europa, como Grecia, pero solamente acompañados de severas medidas de austeridad con el fin de demostrar al elector alemán que los países malos están pagando sus pecaminosas costumbres. Como todo el mundo espera, esta técnica consistente en desangrar al paciente sólo le está agravando la enfermedad. 

Como destacaba Martin Wolf en el Financial Times la pasada semana, los teutones harían mejor en alentar la flexibilización monetaria agresiva en toda la eurozona para que todo el mundo pueda salir de la crisis a base de crecimiento; si los alemanes no pueden acarrear el riesgo inflacionario de una política de flexibilización monetaria así, entonces deberían liberar a los griegos del euro y dejar que lleven a cabo ajustes por su cuenta, a través de un dracma flexible. Quedarse a medio camino con Merkel — rescatando y castigando a la vez — es mala idea. 

Los europeos promocionan su incapacidad a la hora de promulgar buenas medidas y respaldarlas con hechos. La decisión adoptada en junio de 2010 de crear un fondo de rescate llamado Fondo de Estabilidad Financiera Europea no se ha implantado todavía en su totalidad; los llamamientos este mes en la cumbre de Cannes a iniciativas globales de rescate coordinado cayeron en saco roto porque carecían del apoyo de China — o de la propia Alemania. Merkel, por ejemplo, ha rechazado la recomendación de crear un fondo de extinción de la deuda de 3,1 billones de dólares que podría contener los daños. 

Compare la indecisión europea con las políticas estadounidenses, coordinadas entre la Reserva Federal y los departamentos del Tesoro de las administraciones Obama y Bush. Como explica el ex Presidente Bill Clinton en «Back to Work», una nueva obra publicada la semana pasada, «la crisis no se convirtió en una depresión en toda regla porque el estado intervino para salvar del colapso al sistema financiero». La Reserva gastó 1,2 billones de dólares en garantizar la integridad de las entidades bancarias y adquirir títulos. Para extirpar de los balances de las instituciones financieras los activos tóxicos, el Congreso tramitó los 700.000 millones de dólares del Programa de Ayuda a Activos sin Liquidez. 

Los americanos odiaron el TARP, pero ¿sabe qué? Estas medidas encaminadas a estabilizar un sistema económico que estaba a punto de precipitarse al vacío funcionaron. El gobernador de la Reserva Ben Bernanke y los secretarios del Tesoro Hank Paulson y Tim Geithner son presentados en ocasiones como los malos de la tragedia estadounidense — pero ojalá Europa tuviera la misma suerte. 

«Desde el primer momento de la crisis global se ha visto una reticencia por parte de los gobiernos a la hora de afrontar los problemas de solvencia subyacentes», afirmaba Mervyn King, el gobernador del Banco de Inglaterra, en un discurso pronunciado el mes pasado. Los europeos ganan tiempo inyectando liquidez al sistema, pero no abordan el problema de solvencia subyacente como lo abordaron el programa TARP y las instancias especiales de crédito barato creadas por la Reserva. 

La Europa actual recuerda a los Estados Unidos de los Artículos de Confederación de 1777, que inicialmente definieron nuestra unión hasta que la Constitución alumbró un gobierno más centralizado en 1789. Incluso entonces, hizo falta gran parte del siglo XIX para decidir la clase de entidad bancaria central que quería América. 

Europa se encuentra hoy atascada entre los dos mundos. El problema reside en que, en una economía globalizada, todos estamos atascados con los europeos. 

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David Ignatius

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