Tras 30 años y 30 millones de sepelios, el final de la epidemia global del SIDA está, de pronto, al alcance de la vista. Representaría la victoria definitiva de este inteligente asesino que América estuviera demasiado ocupada y absorta en sí misma para darse cuenta y actuar.
Durante los 18 últimos meses, la ciencia de la prevención del SIDA se ha transformado. Los estudios han puesto de manifiesto resultados dramáticos fruto de la circuncisión masculina — una reducción del riesgo de contagio de mujeres a hombres de más del 60 por ciento. Nuevas tecnologías como los microbicidas, utilizados antes de la exposición a la enfermedad, han demostrado ser eficaces.
A continuación, hace tres meses, se publicaba un artículo en el New England Journal of Medicine titulado «Prevención del Contagio del HIV-1 con Terapia Antirretroviral Anticipada». El estudio descubre un descenso del 96 por ciento en el contagio entre parejas heterosexuales cuando el tratamiento del SIDA se aplica en seguida. Tratar antes que después el SIDA es una forma dramáticamente eficaz de prevención del SIDA.
Los científicos empezaron considerando algo inimaginable con anterioridad. ¿Y si se combinaran estos métodos de prevención del SIDA — junto al uso del preservativo y la prevención del contagio en las embarazadas — y se aplicaran de forma agresiva a las regiones más afectadas y las minorías más vulnerables de África? Los modelos científicos proyectan que el ritmo de contagio, que ya viene descendiendo en la mayoría de sitios, se desplomaría entre un 40 y un 60 por ciento adicional.
Lo que plantea una esperanza comparable a avances médicos tales como la erradicación de la viruela o los avances en el tratamiento oncológico. En la actualidad, por cada paciente nuevo de SIDA sometido a tratamiento, alrededor de dos más se contagian. Millones de vidas se salvan — pero se sigue perdiendo terreno al avance de la enfermedad. Con la prevención combinada, la proporción cambia. Por cada persona que inicia el tratamiento, se contagiaría menos de una más. Esto sería en la práctica el final de la epidemia.
La administración Obama ha adoptado oficialmente el objetivo de «alumbrar una generación libre de SIDA». «Aunque la meta no está aún a la vista», decía el martes la Secretario de Estado Hillary Clinton, «sabemos que podemos llegar, porque ahora conocemos la ruta que hemos de seguir. Nos exige a todos nosotros hacer uso de un amplio abanico de herramientas de prevención científicamente avaladas trabajando en coordinación».
Pero el momento político en el que se producen estos avances científicos es pésimo. La crisis presupuestaria ha dado lugar a una competencia Darwiniana por los recursos. Clinton acompañaba su ambicioso objetivo del SIDA de la reprogramación menos ambiciosa de 60 millones de dólares destinados a proyectos de intervención en cuatro países.
Recursos adicionales se pueden obtener con el tiempo de los programas del SIDA en vigor. En el año 2004, la factura del tratamiento alcanzaba de media los 1.200 dólares por paciente. Hoy está por debajo de los 350 dólares y sigue bajando. Otros países donantes, junto a los propios países africanos, pueden acarrear obligaciones adicionales.
Pero el objetivo no es baladí. El tratamiento anticipado del SIDA en el mundo desarrollado ampliaría el grupo de personas que necesitan fármacos. Dentro del principal programa estadounidense del HIV/SIDA, los africanos empiezan a tomar fármacos en la actualidad cuando su recuento cd4 — la medida de la fortaleza del sistema inmune — ronda, de media, las 150 unidades. Empezar a tomar medicación con un recuento de células cd4 de 350 — la recomendación de la Organización Mundial de la Salud — exigiría elevar la cifra de africanos en tratamiento en más de 5 millones de pacientes. Un programa agresivo que utilizara el tratamiento como prevención iniciaría el tratamiento todavía antes.
En momentos económicos normales, la defensa de esta iniciativa sería muy fácil. El gasto estadounidense en todos los programas humanitarios equivale al 0,7 por ciento del presupuesto. ¿Qué otro incremento del gasto indirecto puede salvar millones de vidas, acabar con una epidemia y permitir a las autoridades participar de una empresa histórica igual de admirable que el Plan Marshall? Las estrategias de prevención propuestas no implican una gran polémica ideológica. Los conservadores religiosos no ponen reparos al tratamiento y tampoco están consternados ni alarmados por la circuncisión — una antigua obligación bíblica.
Pero en momentos económicos que distan de ser normales, la defensa se complica. Poner fin a la epidemia global del SIDA exige un importante empujón presidencial. También exigiría que los congresistas Republicanos hicieran una excepción a las medidas de austeridad por razones humanitarias.
Esta iniciativa difícil, no obstante, se ayudaría de un argumento pragmático. Desde el año 2003, Estados Unidos ha ayudado a poner en tratamiento del SIDA a millones. En el proceso, hemos asumido el papel que los economistas llaman «hipoteca de tratamiento» — obligaciones que no se pueden abandonar sin causar consecuencias catastróficas. Una importante iniciativa de prevención — que reduzca la cifra de nuevos contagios por debajo de la cifra de nuevos pacientes en tratamiento — constituye la única estrategia moralmente aceptable que reduce con el tiempo las obligaciones estadounidenses adquiridas con el SIDA.
Habiendo adquirido de pronto las herramientas científicas para derrotar a esta epidemia, lo que queda es una prueba de voluntad y conciencia.
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Michael Gerson