Tras meses y meses de debate, dudas y presiones ejercidas desde el otro lado del Atlántico, la Comisión Europea ha decidido aprobar la instalación de escáneres corporales en los aeropuertos. Arcos magnéticos que obtienen imágenes del cuerpo humano desnudo detectando cualquier tipo de objeto que vaya adosado a la piel o haya sido introducido en el interior del organismo. Con arreglo a las normas que autorizan su puesta en servicio, los empleados encargados de su manejo no podrán copiar, guardar o imprimir las imágenes de los desnudos digitales de los pasajeros. Dice la normativa aprobada que no será obligatorio pasar por estos escáneres aunque quien lo rechace será sometido a otro tipo de métodos de control; se supone que registros y cacheos exhaustivos.
Conscientes de que este tipo de sistema de captación de imágenes atenta contra el derecho a la intimidad de las personas, en Bruselas han estado dando vueltas sobre el asunto hasta que, como digo, se han rendido a las presiones de las autoridades norteamericanas, obsesionadas, como se sabe, con todo lo relacionado con la seguridad, probablemente en razón del mayúsculo ridículo que protagonizaron sus múltiples agencias de espionaje, contraespionaje y demás departamentos de seguridad en ocasión de los atentados terroristas del 11S en Nueva York y Washington. Este sistema, al igual que otros que operan en los aeropuertos suponen, en esencia, una molestia cuando no una fuente insoportable de humillación para los pasajeros sometidos a la creciente arbitrariedad de empleados que no siempre son funcionarios de policía. No son autoridad y, en ocasiones, tienden a extralimitarse en sus atribuciones. No son infrecuentes los cacheos que rozan la vejación, ni tampoco las demoras arbitrarias en los registros que colocan al viajero con prisas al borde del ataque de nervios. Decía Benjamín Franklin que todo aquél ciudadano que antepone la seguridad a la dignidad no merece ninguna de las dos cosas. Está claro que los europarlamentarios que han aprobado los nuevos escáneres pasan de este tipo de consideraciones. Esperemos que reaccionen cuando vean como algún canal sin demasiados escrúpulos o alguna revista sensacionalista publican su imagen «in puribus».
Michelines, afeites e implantes incluidos. Claro que quizá no les preocupe, atentos siempre a no perder el avión para fichar en Bruselas, calentar la poltrona y cobrar las dietas.
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Fermín Bocos