domingo, noviembre 24, 2024
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Once días de campaña: Los demonios familiares

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Los daños colaterales de la campaña son tan imprevisibles como genuinos. Tras la decisión de las autoridades madrileñas de limitar el uso de las plazas públicas para sentadas y otras formas de reunión, la Junta Electoral de Madrid ha prohibido los tradicionales actos de homenaje a Francisco Franco y al fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, que se celebran en la plaza de oriente todos los años el 20N y que en esta ocasión coinciden con la fecha de la cita electoral.

No es mal argumento para aprovechar y mirar por una rendija el desarrollo de nuestra historia reciente desde la muerte del caudillo, otro 20N, en este caso de 1975. Y la verdad, con un solo vistazo se aprecia claramente que las cosas han cambiado. Quizá no lo suficiente para muchos y es posible que para otros se habrá producido un salto impensable desde aquella madrugada en la que Arias anunciaba, compungido, el final de algo más que la vida de don Francisco, y que no era otra cosa que el final del régimen construido en torno a su persona desde 1939.

Es verdad que aún quedan notables vestigios de aquella Era, y no es menos cierto que la memoria de la guerra que condujo a aquél régimen político aún transita entre nosotros, más que como recuerdo de una contienda incivil, como exponente de la eterna división de los españoles, aunque ahora, las cosas como son, no afecte a tantos.

Los indignados, protagonistas subterráneos de la campaña, reclaman más democracia: lo mismo que aquella juventud urgida por las circunstancias a tomar de su mano la conquista de las libertades; y es verdad que nuestra sociedad se encuentra hoy sumida en una desorientación económica no muy distinta de aquella otra que recibía, con el clásico retraso nacional, los golpes de la crisis del petróleo del 73, otra crisis global en tiempos anteriores a la globalización.

Nadie pensaba entonces, salvo Fraga, en el bipartidismo. Y el león del PP rugía esa idea mimetizado por sus tiempos de embajador en Londres, aunque su verdadera alma aún pugnaba por sostener los pilares fundamentales de, cómo decirlo, la cosa. El rey era un sujeto del que se recelaba, como hoy se hace con Urdangarín, y su majestad se preguntará ahora si todo aquel viaje de legitimación que hizo la monarquía de la mano de Suarez ha merecido la pena de encontrarse en este tiempo complejo bajo la sospecha de los fiscales, aunque sólo sea por asuntos de la familia política, dada aquí, como en tantas partes, los asuntos de la caja.

Entonces la oposición era algo más que crítica y los estertores de la dictadura ensombrecían las expectativas democráticas: las que ahora palidecen, de nuevo, esta vez por lo que algunos llaman la dictadura de los mercados, la misma que ayer mismo decidió, cobrada la pieza italiana, asaltar los cielos de nuestra humilde patria.

Más y más cosas podíamos citar y todo ello se asemejaría en forma de nubarrones grises y tormentosos, de igual tamaño y quien sabe si también con igual fuerza eléctrica y con el mismo caudal de lluvias que en aquellas otras fechas. Pero los que sí parecen conjurados para siempre son aquellos caínitas demonios familiares de los que hablaba Franco y que eran la razón de todos nuestros sufrimientos.

Pero el caso es que, a pesar de todos los pesares imaginables, el censo electoral sigue mostrando interés en acudir a las urnas, tal y como predicen las encuestas en los índices de participación, y eso, al igual hoy que entonces, muestra una España a la que le gusta, entonces por inauguración de este tiempo, y ahora como costumbre cívica, acudir a los colegios electorales a verse las caras con las urnas y arrojar confianza, ira, preocupación o entusiasmo – quién sabe qué, según cada cual – arrojando con sutileza democrática el voto en su interior.

El anhelo de aquél “veinte ene” se renovará, faltaría más, este otro. Lo veremos.

Rafael García Rico

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