O sea, los mercados y sus compinches expulsan a Berlusconi y a Papandreu y a continuación castigan a España y demás con la prima de riesgo y con la caída de la Bolsa, por poner uno de los ejemplos más sanguinarios de lo que pasa. Y nadie mueve un dedo para terminar con la peor dictadura de las existentes, una vez eliminados Gadafi y parientes. Y la campaña electoral española va tocando a su fin entre esperpénticas alusiones a la crisis internacional y atribuciones de culpas a los únicos que han hecho algo en este país por remediar aquí los efectos de una crisis que no han creado. Machacan a Berlusconi y de la misma tacada hunden a España, sin que los del PP salgan en tromba a defender a Zapatero, tan ocupados como están en portarse como ganadores sin que las elecciones se hayan celebrado. No se dan cuenta, en su delirio, de que dentro de unas semanas van a ser ellos las víctimas de toda esta dictadura siniestra, que coloca a la democracia en la suma humillación y que nos obligará a muchos demócratas a defender a Rajoy, como él ahora no lo hace con Zapatero.
Como dice Cayo Lara, todo es una patraña, hasta estoy dudando de que hace nueve años Rajoy fracasara rotundamente en la crisis del Prestige y dijera aquello de los hilillos de plastilina. Todo es mentira, y lo son las motivaciones de muchos electores del 20-N que van a votar a quienes dentro de tres meses ya no lo harían y a quienes en convocatorias anteriores no votaron porque no estaban dispuestos a tener un Gobierno que no les dijera la verdad. La crisis se lleva a todo el mundo por delante, y Merkel podría ser la única superviviente. Si esto dura al menos dos o tres años, aquí -quiero decir en este mundo- no se salvan ni aquellos a quienes antes no salvaba ni la caridad, esa caridad que ya no existe, apenas sólo en el corazón de los buenos cristianos y de los comprometidos en las causas solidarias y oenegenarias, desde luego no en el corazón de la derecha y quién sabe si de la izquierda. Los que intentarán salvar a Rajoy y compañeros cuando sean arrastrados por la misma crisis.
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Pedro Calvo Hernando