Creo que es mi estrabismo mental el que me empuja a visionar ciertos objetos y sustancias más allá de su uso habitual. Vamos, que a cualquier cachivache, olor o textura tiendo a sacarle un uso alternativo. No es que me lo proponga, basta con que me lo pongan a la vista o al tacto.
Había venido a tomar un café, como un día cualquiera. Con mis manos aún pringadas por la cebolla recién cortada y que iba a ser engullida por la tortilla de patatas, no reparé en su bienvenida cargada de intención.
Esa mirada penetrante me había descolocado por momentos y lejos de poner a salvo mi esqueleto de sus manos, no se me ocurrió otra cosa que ir a lavarme las manos. Ya en el lavabo mi cabeza bullía con un run run inesperado mientras me sorprendí embadurnando compulsivamente mis manos, extasiada por aquel jabón que me resultaba tan estimulante.
Con su mirada clavada en mi nuca, hablaba sobre cosas que yo ya no oía. Rodeó mi cintura con sus brazos y comenzó a frotar sus manos con la mías. Lavándome y lavándose. El tacto suave de su piel y del escaso vello de sus brazos entre mis dedos, me cautivó.
Le incliné sobre el lavabo y comencé a lavarle el pelo. Primero acariciando su cabello suavemente. Después recorriendo lentamente desde su cuello hasta atrás de sus orejas. Con pequeños movimientos circulares. Y acabando con mis dedos presionando sus sienes. Iba notando como mis piernas se contagiaban de la humedad de mis manos como si fueran vasos comunicantes. Relajante y excitante.
Hice que se arrodillase. Bajé mis braguitas e inicié mi particular baño de espuma. Separé las piernas mientras su cabeza recorría la parte interna de mis muslos. Arriba y abajo. Muy despacio. Apoyada en la encimera del lavabo, observaba como se entreabría mi boca y mi lengua mojaba mis labios. Sentir su melena rozando mi sexo resbaladizo y untuoso me producía un placer nuevo. Enredándolo entre su pelo. Formando una crema blanca, como si fuera nata. El frío del jabón y el calor de mi vulva, erizaban todo mi cuerpo. Perdí la noción del tiempo. Exploró con sus manos, mis muslos jabonosos y cobijó sus dedos espumosos en mi vagina. Cerré los ojos y me dejé llevar. Con movimientos sedosos y delicados, me entregué resbalándome en ellos.
Memorias de una libertina