Si usted habla a su hijo en un idioma y este se comunica con sus amigos y compañeros en otra lengua, permítame darle la enhorabuena: Usted tiene un hijo bilingüe. No se preocupe por el futuro del “otro idioma”. Sea cual sea. Es más: anímele para así ampliar las funciones del cerebro que están muy desaprovechadas. No las de su hijo que progresan adecuadamente, las de todos.
Ya sé que esta teoría tiene importantes detractores: por ejemplo la Biblia, que achaca a la diversidad de lenguas el fracaso de la Torre de Babel. Esto es muy serio ya que nos referimos a la primera obra pública frustrada por causas ajenas a no concederles la organización de unos Juegos Olímpicos. Pese a esta solemne circunstancia, servidor sufre un proceso de pragmatismo que le hace mantener las enhorabuenas citadas.
No dudo de que el mundo sería más fácil (no mejor) si todos hablásemos un mismo idioma. Estamos en ello. En un par o tres generaciones seguro que hablamos inglés o castellano. Este último caso puede llegar a ser posible si los latinos de América del Norte siguen procreando al mismo ritmo. Los sajones son más contenidos. También es básico que las madres se dirijan a sus bebés en alguno de estos dos idiomas que por ahora han llegado a las semifinales.
Para llegar a la final y ganar habrá que colonizar otros pueblos que resulta que son más numerosos y peliagudos. Así los países árabes, asiáticos, africanos, europeos, orientales, etc. Resulta que todas estas zonas tienen además otros alfabetos, con lo cual el tema se complica. Lástima. Parece mentira que eso no estuviera previsto. No obstante este inconveniente no debe ser causa de preocupación, ya que sabemos por experiencia que unos occidentales conversos son capaces de instruir en un par o tres idiomas a todo un continente como América. Solo se necesita tiempo. Así pues: ¿Les parece bien tres o cuatro generaciones más? Eso trabajando mucho pues para hacer que el mundo islámico escriba de izquierda a derecha y no como lo hacen ahora o que una madre de la Meca se comunique con su retoño en inglés o castellano me parece poco tiempo. Pero soy optimista. Creo que se puede conseguir pese a que son pueblos, como los rusos, hebreos, japoneses y chinos, muy apegados a sus tradiciones.
El problema que tengo es el que he anunciado antes: el pragmatismo. Yo no dudo que dentro de cinco o seis generaciones, ya entrados en el Siglo XXII, podamos hablar y escribir en el mismo idioma, aunque servidor no se ve con fuerzas para comprobarlo. Sin duda ustedes si podrán contemplar esta nueva posibilidad de construir la Torre de Babel en condiciones lingüísticas inmejorables, ya que yo les deseo larga vida y felicidad, pero servidor es más pesimista en cuanto a su futuro personal.
Por ello desea que hasta que acontezcan los fenómenos descritos, los humanos nos comuniquemos en la lengua que sale de nuestro corazón y utilicemos el cerebro para conocer los idiomas que puedan acercarnos mejor a nuestro prójimo más cercano. Sin prejuicios ni descalificaciones. Con muchísimo respeto por ambos lados.
Hasta la próxima semana.
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Paco Fochs