Me temo que no puedo emocionarme mucho con el empujón a Newt Gingrich.
El mariscal de campo de la Revolución conservadora de las legislativas de 1994 está de la noche a la mañana a la cabeza de las primarias presidenciales, pero no puedo evitar pensar que dentro de poco seguirá a Rick Perry y Herman Cain.
No son los comentarios despreciativos de Gingrich acerca de las opiniones «keniatas y anticoloniales» del Presidente Obama. Ni las facturas de seis ceros que su tercera esposa y él recibieron de Tiffany’s. Ni el crucero por las islas griegas que llevó a dimitir en protesta a gran parte de su gabinete.
Los patinazos y las meteduras de pata pueden desalojar a Perry y a Cain de su posición de favoritos al darles imagen de no ser aptos para presidente, pero no hay duda de que el ex presidente de la Cámara tiene aptitudes.
Su problema más bien es que es totalmente moderado dentro de este reparto de candidatos — y por tanto, no está en posición de establecerse como el conservador anti-Mitt Romney. Las ideas que en 1994 le convirtieron en el revolucionario conservador le hacen un melindres en 2012.
La opinión pública tuvo un primer contacto con la moderación relativa de Gingrich en mayo, cuando menospreció los presupuestos de Paul Ryan, que los congresistas Republicanos apoyaron en masa, por ser «ingeniería social de derechas» y «un salto demasiado grande». Rápidamente retrocedía de su honestidad inadvertida, en la misma entrevista en el programa «Meet the Press» en la que defendió su anterior apoyo a la obligatoriedad de tener contratado seguro médico dentro de la reforma sanitaria — parte del Obamacare a la que más reparos ponen los conservadores.
No fue un caso aislado. En el año 2005 compartió espacio con la entonces Senadora Hillary Clinton para hacer causa común en defensa de la reforma sanitaria. Decía que Clinton y él «tenemos la misma intuición» en materia sanitaria y elogiaba la noción de una «transferencia sanitaria de las cuentas» de los ricos a los pobres. «Me arriesgo a no sonar tan de derechas como debería», dijo Gingrich en aquel entonces.
En 2007, Gingrich comparecía con John Kerry y reconocía que los seres humanos han contribuido al calentamiento global, diciendo: «Deberíamos de abordarlo de forma muy activa». Denunciaba «la ausencia de liderazgo estadounidense» en torno al cambio climático, añadía incentivos para reducir las emisiones contaminantes y decía: «No estoy diciendo automáticamente que la burocracia y la coacción sean una respuesta». Gingrich pedía un «conservadurismo ecologista».
En el año 2009, Gingrich se reunió con el Presidente Obama y con el reverendo Al Sharpton en el Despacho Oval y salió anunciando que «la educación debería de ser el principal derecho civil del siglo XXI». Poco después, comparecía en el Capitolio con Bill Clinton y el legislador Trent Lott para mostrar el retrato del antiguo secretario de la mayoría en el Senado, lamentando que «derrochemos tantas energías en la polémica cuando podríamos hacer muchas más cosas».
En un momento dado de su frivolidad con la institución Demócrata, Gingrich bromeaba diciendo que «se puede construir de forma gradual cualquier reputación si se corteja lo suficiente a los cerebros que escriben columnas y colaboran en televisión».
Ahora Gingrich está intentando deshacer todo ese cortejo, y su estrategia de política con los moderadores del debate le ha granjeado la adoración entre los conservadores. «Estoy hasta las narices… de las preguntas desagradables para lucirse», decía a Gingrich el locutor Bill Bennett la mañana del martes, diciendo de un moderador: «Se la ha cargado».
«No me importa cargármelos», decía Gingrich.
Esa táctica ha ayudado a salvar a Gingrich del anonimato entre el elenco de candidatos. Mientras Perry y Cain han ocupado la primera línea de las tortas, Gingrich sigue siendo el último en pie contra Romney, en empate técnico virtual en un nuevo sondeo de la CNN a nivel nacional.
Gingrich pretende ahora llevar un paso más allá su campaña contra los medios. Los medios «hicieron todo lo posible para tumbar mi campaña», decía, y «espero de verdad que rebusquen todo lo que puedan, me tiren porquería y ya veremos si me pueden detener». Esto, decía en la emisora WBOB de Jacksonville, Fla., una tarde de martes, se debe a que su candidatura «supone probablemente la amenaza más grave» a la reelección de Obama.
En realidad, no hay más antagonismo hacia Gingrich por parte de los medios que hacia los demás candidatos. Y pocos de la institución de Washington consideran a Gingrich una amenaza al estatus quo de la capital. El verdadero peligro para su candidatura reside en los votantes del movimiento de protesta fiscal que descubran lo moderado que viene siendo.
Esto trascendía durante su entrevista en la emisora WBOB, cuando criticaba al «supercomité» de disciplina presupuestaria en términos parecidos a los que utilizó para condenar los presupuestos del candidato Ryan. «Si vas a llevar a cabo un cambio muy sustancial, sea en la seguridad social o en el programa de los ancianos Medicare», decía, «el pueblo estadounidense tiene que tener oportunidad de decidir la forma en que lo van a solucionar».
¿Cuál? ¿Liderazgo por consenso? Suena melindres. Los votantes conservadores que le hacen falta a Gingrich nunca van a verse atraídos por eso.
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Dana Milbank